Capítulo 2.

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Problemas.

Nápoles, Italia.

Gabriel.

Voy a quemar a todo el puto mundo en las calderas de los calabozos. Estoy harto de que no sepan cumplir una simple orden.

¿Qué tan difícil es torturar a una persona para que suelte la lengua? 

Me encuentro en camino a una de las cámaras de tortura, parece que tenemos un soplón que no quiso hablar por las buenas.

Entro a la cámara seguido de Fabrizzio y ante mi queda Dante zakharova, está amarrado de pies y manos con cuerdas que están conectadas al potro. Es el tipo de tortura que se usaba en la edad medieval, y, en lo personal, no mi preferida.

Yo me inclino por las que son un poco más... sangrientas. Aunque esta es una auténtica belleza para masacrar con lentitud, al girar, esta tira de las extremidades en sentidos diferentes, usualmente descolocándolas pero también pudiendo llegar a desmembrar.

—Me comunicaron que no querías hablar y he tenido que hacer aparición—informé mientras el muchacho me observaba con expresión sombría—. Yo no me ando con rodeos. Hubieras sido más listo soltándoles la verdad a mis hombres.

—Nunca se puede perder la oportunidad de hablar con el gran Gabriel Romagna. —Suelta en tono de burla— sabes que mi padre se va a cobrar la tortura a la que me estas sometiendo, ¿verdad?

—Lo que vaya a hacer tu padre me vale mierda—siseo rabioso—. ¿Qué estabas buscando infiltrado en nuestras tierras?

—Una puta, por ahí escuche que tienes unas muy buenas.

Carezco de paciencia, y este crio me está haciendo hervir la sangre.

—No voy a preguntártelo más de tres veces, ¡¿Qué demonios buscabas infiltrado?!

Se quedó callado, observándome. Hice una seña para que giraran la palanca y los quejidos de dolor no tardaron en llenar el espacio.

—Escúchame producto de condón en mal estado, no te mato porque ahora mismo no me apetece tener a tu padre calentándome el culo con sus amenazas y ataques.

Y por respeto a la muerte.

—ah, pero si ya te dije que andaba buscando carne fresca—pronuncia con calma— de todas formas, ¿crees que mi padre me va a mandar a mí, a su hijo favorito, a buscar lo que sea que tengas por ahí?

Si. Porque sabe que no lo voy a matar. No todavía.

Pero a Narciso Zakharova le gusta tentarme, le gusta ponerme el filete delante y probar a ver si me lo como o no, Y yo, no soy devoto de resistir tentaciones. Le voy a mandar a su hijo vivo, pero no completo.

Antes de salir le ordeno a Fabrizzio hacer lo que ya sabe, y salgo de la cámara en dirección a mi oficina mientras a lo lejos escucho gritos de dolor y desasosiego.

Las comisuras de mis labios se curvan hacia arriba en una sonrisa de satisfacción que inmediatamente se borra al cruzarme en el camino a Alonzo con una expresión que me hace saber que no me trae buenas noticias.

—Señor, me he comunicado con Claudio, el residente de Kansas, me dice que aún no tiene para pagar su deuda.

—No me importa, que lo resuelva —espeto entrando a mi oficina y sentándome en mi sillón—. He sido muy generoso con él y eso solo por las suplicas de mi padre.

—Lo sabemos, señor, pero creo que por ese mismo motivo es tan desperezado en cumplir.

—¡¿pero qué le pasa a todo el maldito mundo?! ¡¿Eh?! —Vocifero rabioso levantándome del sillón— ¡¿Es que no saben con quién están tratando?!

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