Era una noche calurosa del verano. Mia y Franco ya habían probado toda idea de diversión posible para sacarse el aburrimiento, y la verdad era que la casa de su tío no se caracterizaba por ser el lugar más divertido del mundo, pero mirando al mayor se les ocurrió un brillante plan.
—Contános una historia —dijo uno de mellizos sentándose en el sillón frente a su tío.
El pelinegro con algunos tintes blancos, pues los cuarenta y tantos años tenían sus consecuencias, levantó la mirada de su libro y los observó confundido:
¿Qué?
—Lo que escuchaste.
—Papá nos dijo una vez que sos un experto para contar historias —agregó Franco, y Mia concordó con la cabeza.
—Okay, ¿qué les parece si se van a sus camas, yo acomodo un par de cosas acá abajo y se las cuento antes de dormir?
Los dos pequeños salieron disparados hacia su respectiva habitación a la espera de su relato de buenas noches. Luego de unos minutos, su tío se asomó por el umbral de la puerta preguntándoles si ya estaban listos.
—Bueno, empecemos —dijo mientras se acomodaba en la silla que había colocado entre las camas—. Hace unos años atrás un viejo de unos largos años me contó en una cantina en Madrid que hay personas en este universo que nacen y están destinadas para encontrarse, que no hay explicación científica, ni lógica, que ocurría porque así estaba destinado. Me explicó que no tienen que ser exclusivamente personas permanentes, que a veces eran personas temporales que llegaban, estaban por un tiempo y luego se iban, venían a dejarte algo y su misión estaba hecha. No terminaba de comprender a qué iba con esa vaga idea, así que le pedí si me podía dar un ejemplo concreto y me contó la historia de dos amantes. Sus nombres no importan y tampoco sus edades. Eran dos jóvenes que se amaron con locura, pero que no era el momento de su encuentro correcto. Que pasaron días, meses y años, pero había algo que no terminaba de encajar en el rompecabezas, había un factor que arruinaba el plan. Eventualmente, terminaron la relación. Es una verdad que el amor duele, pero el amor deja de ser amor cuando lastima más de lo que cura. Pasaron años sin verse, solo algún mensaje de navidad, algún recordatorio de cumpleaños, un saludo a la familia de vez en cuando, pero ellos seguían amándose como el primer día que se conocieron. El tiempo corrió, el agua pasó debajo del puente y el reencuentro sucedió. Eran dos personas nuevas, renovadas y listas para seguir amando en una versión mejorada. La primera vez no fue la indicada, pero tal vez la segunda sí lo sería porque dicen "si lo amas, déjalo ir", pero si vuelve a vos por algo es. Tal vez porque el destino así lo quiso.
»Fui al otro día a la misma cantina, a la misma hora, y el viejo estaba de nuevo sentado en el mismo lugar. Luis se llamaba, y si algo descubrí es que sabía muchísimo de muchas cosas porque había aprendido a vivir la vida prestando atención a los demás. Le mentí: le dije que me había quedado pensando en su relato de ayer, pero que no le creía del todo, que necesitaba otro ejemplo más. Y ahí Don Luis me contó la historia de dos hermanos que peleaban todo el tiempo, eran como perro y gato, pero también eran como uña y dedo. Se repelían el uno al otro, como el aceite repele al agua, pero eran a la primera persona que el otro le contaba un secreto. Eran compañeros y enemigos, cómplices y culpables. Eran hermanos. De chicos, las peleas eran sobre boberías: quién se había comido la última galleta del tarro, quién había roto la muñeca, quién iba adelante en el auto o a quién le tocaba lavar los platos. El problema radicó cuando crecieron de edad y los problemas crecieron de gravedad. Se fueron a estudiar a diferentes ciudades y juraron secretamente por un tiempo solo verse en reuniones familiares o algún que otro cumpleaños. Les tomó años aprender que el otro no era perfecto y que ellos mismos tampoco lo eran, que no podían cambiar a la otra persona y que lo hecho, hecho está. Les tomó casi una vida aprender a vivir sin el otro porque, cuando la soledad y los problemas tocaban la puerta o entraban sin permiso, el único número de teléfono que surgía era el de su hermano. Aunque no parezca, es muy complejo intentar engañar al destino. Es un antiguo mago que trabaja hace tanto y que siempre encuentra un truco bajo la manga. Les costó toda una vida esquivar las tentaciones que el mago les ponía enfrente, pero solo les bastó un abrazo y un perdón para entender que, si algo está destinado, sucede.
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La Constelación de los Sentimientos
RandomEn la antigüedad, cuando ni las brújulas ni los mapas existían, los marineros debían guiarse por las constelaciones que les regalaba el cielo. En estas historias los protagonistas no tienen mapas ni brújulas, solo sentimientos. Deberán escucharlos...