1.4 Fenómenos Naturales Hechos de Palabras

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Para vos fue un hecho cotidiano, un acto de la rutina, y sostengo hasta el día de hoy que no fuiste consciente de lo que causabas

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Para vos fue un hecho cotidiano, un acto de la rutina, y sostengo hasta el día de hoy que no fuiste consciente de lo que causabas.

Según el sistema educativo, los alumnos debemos disfrutar nuestro periodo en el colegio, pero, si hoy algo parece lejano, es disfrutar lo que estoy viviendo. Camino con la cabeza baja y arrastro mis pies por el frío suelo del largo pasillo. Siento unos pequeños mechones de pelo que se posan sobre mi frente. Estoy llegando temprano, como siempre, para evitar tener que saludar al entrar y que todos los ojos se posen en mí. Se había vuelto rutina vivir mi vida evitando situaciones, intentado escapar y sobrevivir a lo que sea que me toque.

Freno frente a la oficina de dirección y me tomo un segundo para analizar a mi alrededor. Me pregunto, cuántas veces al día, cuántos alumnos haremos los mismos pasos y a cuántos les temblaran las piernas, como a mí, cada vez que los recorren; cuántos se sentirán perdidos en una marea de personas, donde todos saben qué hacer o adónde ir. Mientras yo, por el contrario, me perdía. O, tal vez, me tapaban los ojos para que me pierda.

Pasaron exactamente veinticinco minutos hasta que todos entraron al aula. Los observé detenidamente desde mi banco. Me caracterizo por descubrir mucho de las personas prestando atención a pocas y sencillas cosas. Tomé una bocanada de aire, callé a mi cabeza por un momento, cerré los ojos y deseé que pase lo que tenga que pasar, pero que, por favor, no sea tan duro. Que el fenómeno de esta semana sea más leve.

Recién era lunes y la tortura ya había comenzado. Vos habías comenzado. El torbellino había comenzado. Fuiste como un torbellino de emociones porque arrasaste con todo lo que había en tu paso. Tu viento voló cada una de mis casas seguras. No había refugio de vos, ni de mí. Cada una de tus palabras o actos soplaba más fuerte, y la idea de aferrarse al suelo resultaba cada vez más compleja. Y todo terminó de empeorar cuando mis agarres seguros se volaron también con tu soplido. Pasaste y arrasaste con todo y todos. Inestabilidad.

Y la rutina se repitió.

Al igual que mi cabeza, la semana no paraba y el martes corrió. El suelo tembló anunciando que el terremoto llegaba a mis pies. Fuiste como un terremoto o un sismo porque, cada vez que te escuchaba hablar, cada palabra que emitías, hacía temblar mi cuerpo entero. Mis pies dudaban al caminar y jugar al juego de la estatua les parecía una buena idea. El piso no se sentía seguro. Daba un paso en falso, y todo se derrumbaría sobre mí, sobre otros o sobre todos. Debilidad.

Y la rutina se repitió.

A mitad de semana, faltaba menos para el descanso o, aunque sea, un simulacro de él. Por el momento, quedaban dos cosas por hacer: cerrar los ojos y esperar que pase el huracán. Fuiste como un huracán de sentimientos. Ocasionaste tormentas que parecían eternas, donde el reloj parecía correr una carrera con los caracoles y, en cada mirada que le daba, se esforzaba por ir más lento. Las tormentas estaban dentro de mi cabeza dirigidas por la furia, los prejuicios y el miedo. Rugían truenos estremecedores y ruidosos —«¿Qué pasaría si yo fuera diferente?»—, donde las respuestas siempre generaban lluvias sobre mi cara. El problema se desató cuando los paraguas no eran suficientes porque ya los habías desgastado. Mentira.

Y la rutina se repitió.

El jueves, leo en las noticias que un país costero al mar sufrió un gran tsunami, uno de los peores de la historia, pero para mí el peor estaba cerca mío. Fuiste como un tsunami construido por mis lágrimas y miedos. Tus frases inundaron mis paredes, y me obligaste a construir las mías alrededor de mí para sentirme una persona segura. Tus olas eran inmensas y se amontonaban en mis ojos. "No dejes el agua salir, no acá", se repetía en mi mente una y otra vez. El viento marino se colaba por mis huesos y se hacía parte de mi cuerpo (que tan poco te gustaba), dejando cicatrices por todas partes todo el tiempo. El tsunami no estaba del otro lado del mundo, estaba dentro mío. Ruptura.

Y la rutina se repitió.

Como la erupción de un volcán anuncia el fin de la resistencia de lava, el viernes anunció el final de la semana. Fuiste como una erupción volcánica porque tu lava me petrificó y no me dejó moverme, ni hablar, ni pensar, en paz. Mis piernas se movían por inercia, pero parecían estar estancadas en un mismo lugar, una y otra vez. Me quemaba tu presencia en mi mente y mi cuerpo. Te adueñaste de mis ideas, consideraste que no eran válidas e impusiste las tuyas como lava que quema todo lo que toca. Cada paso que daba, mis piernas pesaban un poco más. Tenía miedo de caerme y quemarme aún más. O caerme, y quemar a todos. Terror.

Y la rutina se repitió.

Cinco días de la semana, cinco fenómenos naturales. Todas las semanas, todos los fenómenos. Fuiste todos juntos y lo único que dejaste fue una sequía. Una sequía provocada por las lágrimas. Una sequía que, donde debía tener agua, tenía inseguridades, y donde debía tener plantas y hermosas flores, tenía miedos. Una sequía de acciones que debían ser impulsadas por la libertad y la seguridad en el andar y sonreír. Una sequía en la que cada paso que daba estaba guiado por tu fantasma, recordándome la soledad que me abarcaba y lo insuficiente que era.

Llegaste y te llevaste todo, incluso mis palabras. Te llevaste mis seguridades, mi confianza, mis amistades, mis pensamientos. Me dejaste sin nada, me dejaste un vacío. Me dejaste una sequía. Sentí que, con cada palabra que salía de tu boca, me sacabas una bocanada de aire. Te llevaste mis palabras y me ahogaste con las tuyas. Me ahogaba y caía de un acantilado que parecía no tener fin.

Caí,

Y caí,

Y seguí cayendo.

Hasta que toqué el fondo, y me quemé.

Me transformé en fuego, ese que arde y no deja nada a su paso. Fui fuego a la vista de todos, incluso hoy sigo ardiendo. Los muros estaban edificados y ardían como nunca, pero no se quemaban completamente porque, en el fondo, eran agua con miedo al fuego. Incluso hoy me dejaste secuelas, de miedo al fuego.

- Para todos los que alguna vez no fuimos válidos para la sociedad, no estamos solos ni vacíos. Estamos llenos de valor.

— AGUS. ☆ 

La Constelación de los SentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora