Recuerdo que era una madrugada de un jueves de invierno en cuarentena. Era de esas que aparentan ser más largas porque el sol se escondió más temprano que de costumbre, esas en las que está tan frío afuera que parece que el viento traspasa los huesos y te encierra y enfría un poquito el alma. Mi mente no suele ser mi mejor amiga, y ese día no era la excepción. Miraba por la ventana de mi habitación preguntándome cuándo toda esta especie de calvario emocional acabaría, pero una luz parpadeante en el cielo llamó mi atención: era una estrella. Me detuve a observarla a detalle y descubrí que me sentía reflejada de cierto modo en ese peculiar astro titilante. A veces me prendía, a veces me apagaba, a veces me veían brillar y a veces me tapaban las nubes por un rato. Y ahí es cuando surgió un interrogante que desató todo un mar de ideas: «¿Alguna vez notaste la semejanza entre las constelaciones y las personas?», y la respuesta fue mucho más larga de lo que creí.
Si se tuviera que resumir en pocas palabras, sería lo siguiente: "Ambos son conjuntos de cosas maravillosas, estrellas y sentimientos, y por ambos nos dejamos guiar".
Me profundicé aún más en mi melancólica reflexión y llegué a la conclusión de que, en mi opinión, lo más lindo que puede regalarte una persona es la capacidad de sentir. Ese regalo sin envoltorio que consta de hacerte formar parte de situaciones en las que el cerebro debe parar un rato y dejar actuar al corazón (aunque parezca que eso lo escribió Disney). De darte un abrazo y que la sangre pare de correr, de hacerte llorar y maldecir en todos los idiomas que sepas, de hablarte y hacer que te pierdas en su mirada, de darte la mano para cruzar la calle o un problema. La capacidad de enojarte, alegrarte, entristecerte, disgustarte, asustarte, de hacerte sentir vivo.
Las personas tienen el poder en sus palabras. Con ellas te alegran y te abrazan partes intangibles, o te rompen en un millón de pedazos. Las personas tenemos el poder de hacer sentir y, para mí, es el don más grande que podemos compartir.
Esas personas que deciden usar su talento y llegan cual Papá Noel, pero en cualquier momento de nuestra vida. Son las personas que estamos destinadas a encontrar, según Luis. Yo decidí poéticamente llamarlas "personas estrelladas". No siempre son aquellas con las que permanecemos para toda la vida, con las que nuestra vida parece una película o con las que nunca peleamos. Sino que son las que te hacen sentir con locura y desentendimiento, que llegan a darte vuelta el tablero del juego y a desequilibrarte la balanza. Las que nos vienen a enseñar algo de nosotros o de la vida que no entendemos qué es, que vienen a mostrarnos algo que parece estar tapado por una sábana. Suelen ser las que entran sin tocar ninguna puerta, con una energía arrasadora que destruye todo a su paso. Son las que nos dejan historias en las que nos perdemos, encontramos, rompemos y volvemos a renacer. Son las que nos enseñan a guiarnos por nuestra constelación interna de sentimientos.
Esa noche me fui a dormir con ocho (en realidad más) historias en la cabeza que necesitaban ser contadas, con un nuevo mundo abierto y con millones de constelaciones por las que debería dejarme guiar.
- Para todo el que lea, guíense por su constelación. Gracias por leer.
— Con absolutamente todo mi corazón, AGUS. ☆
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La Constelación de los Sentimientos
RandomEn la antigüedad, cuando ni las brújulas ni los mapas existían, los marineros debían guiarse por las constelaciones que les regalaba el cielo. En estas historias los protagonistas no tienen mapas ni brújulas, solo sentimientos. Deberán escucharlos...