Un cambio

555 51 126
                                    

El cielo ya oscuro por la noche se cubría por nubes negras, pintaban con su espesor todo el cielo quienes constantemente con ira dejaban salir sus quejas en forma de truenos, las gotas de agua eran cada uno de sus llantos, el crujir de los rayos eran imponentes gritos y cada uno resonaba más que el anterior.

Las calles vacías, tan solitarias como se podía en una noche tan negra como esa, nada a la vista, mucho menos luces prendidas en las calles como acostumbraban los pueblerinos, solo las brillantes luces del castillo que se apagaban una a una, en señal de que en cada habitación era hora de descansar, cerraban las ventanas, puertas y demás, las luces de los balcones ya se miraban extintas desde que el cielo dejó caer las primeras gotas, todas terminaban apagadas por los sirvientes o dueños, menos una, que era aferrada a seguir viva esa noche triste, la única luz necia a la imponente lluvia era la del balcón del principe, puertas abiertas, al igual que sus cortinas iluminaban toda la superficie que daba vista al reino de su estancia allí y su sombría silueta se veía en el balcón.

Sus sollozos callados por la fuerte tormenta no eran escuchados por nadie, pues lloraba desconsolado sobre el barandal, siendo abrazado por la lluvia y el dolor en el pecho hacia que gritara el nombre de a quien creía amar, liberando mucho de lo poco que guardaba en su interior, más aunque diera la voz en esos gritos quien debería escucharlos solo seguía avanzando.
Una silueta se hacía presente detrás de él, una delicada figura lo acompaño en su agonía, ofreciendo su presencia para cualquier cosa, su mirada presenciaba como el joven se rompía esa noche, como su cuerpo temblaba por el frío o quizás por el nombre que ahogaba en gimoteos, sin temor a mojarse abrazo al principe, arrullandolo con sus palabras de consuelo, llevándolo adentro de nuevo, calmando con caricias su dolor interno.

Con la habitación aún hecha un desastre se sentó con su hijo en la cama — Shhh... Mamá está aquí — la cabeza del más joven descansaba sobre su pecho, callando varios quejidos — No hay por que llorar — el dolor ajeno a ella también la ahogaba haciendo abrazar más al chico, para seguir acariciando con amor su cabeza.

Se fué, él se fue... — pocas palabras salían de su boca, trataba de aclarar su garganta con pausas en lo que decía — Yo lo presione demasiado — su hoz no daba mucho que aportar al estar irratada por tanto llanto desde hace ya bastante rato, con gritos, pataletas y lloriqueos que más se podía esperar que una voz rota en ese momento — Es mi culpa — su llanto no paraba, lo estaba agotando cada lágrima, pero no se miraba que quisiera retirarse por más que lo tratarán de bajar de su trono, la culpa y la tristeza tenían coronas mucho más grandes que las de los propios reyes, aunque no más grandes que las del drama.

Tranquilo mi amor, él volverá por la mañana — paciente seguía acogiendo en brazos a su vástago, mirando a su alrededor el desastre, tomaba nota mental de cada cosa rota para reponerla — Todo estará bien — preocupada al ver mucha porcelana rota junto a pedazos de espejos por todo el suelo creaba escenarios oscuros en su cabeza, preocupándose por pensar en la gravedad de la discusión que se tuvo hace poco y es que silenciosamente inspeccionaba con la mirada el cuerpo del principe, buscando cualquier herida causada por el demonio, mientras que el rechinar de la puerta presentaba a alguien más en el cuarto.

Quien más que el rey del lugar se había hecho presente, acercándose, para sentarse junto a ellos, mirando como lloraba desconsoladamente su primogénito, colocando una mano sobre su espalda húmeda por la llovizna — Deberías descansar algo — su mirada se cruzó con la de su esposa, sintiendo como en ella era juzgado por ser uno de los causantes de la retirada inesperada del diablo — Mañana seguro vuelve, no creo que quiera irse completamente del reino sin terminar de gritarme — la corte que lo juzgaba había decidido que era culpable y así es como se sentía, como un idiota — Dicey, los guardias estarán atentos, pero ya no llores más... — estaba nervioso por los sollozos del chico, el aire le pesaba igual que los ojos de Leonor, sin nada más que decir se levantó de su asiento, quitó su mano de la espalda y se retiró del cuarto con una bandera blanca en señal de paz, no dijo más, la puerta se cerró detrás suyo dejando solos a los otros dos, que se veían dispuestos a terminar los lamentos cuanto antes.

¿Crees que valió la pena? [Devildice]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora