Capitulo I Penitencia

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"No te conocí, te reconocí. Llevo toda la vida soñando contigo"

Christian D.

Era la primera luna llena de Octubre que se asomaba por la vieja ciudad. Su luz amarillosa abrazaba las calles de piedra que parecían a veces interminables para las pocas personas que aun habitaban ahí. Los gatos maullaban en los callejones solitarios y a veces peligrosos, y no se necesitaba poner atención para escuchar el retumbar de los botes de aluminio que azotaban contra el suelo a causa de los felinos inquietos.

La noche tranquila y serena fue acompañada por tenues gotas que terminaron por convertirse en una tormenta atroz y ruidosa. El viento frío por la temporada, hacía sentir el agua como pequeñas y finas cuchillas que rosaban la piel. Debido a la fuerte lluvia las personas corrieron despavoridas ante el suceso, incluso los gatos hambrientos que transitaban por ahí.

Sin embargo, un bulto negro y oscuro, había terminado por caerse después de tambalearse desde unas cuantas cuadras atrás. Azoto contra el piso, y la tierra de las calles y el agua sucia, se convirtieron en su cobijo.

Todo parecía amigable, acogedor, en comparación a la prisión en donde estaba, del loco del que huía. ¿Qué tan grande puede ser el dolor como para encontrar consuelo en el agua negra y el lodo? Solo quien vive la desdicha podría contestar.

En silencio y en la misma agonía permaneció, siendo observada por aquellos que aún no terminaban de huir de la lluvia, como si fuera algo extraño, algo desagradable, así se le miro. Indiferentes seguían su paso, algunos incluso llegaron a golpearle mientras corrían.

Se entregó al sueño y entre la basura de las calles, termino de drenar su dolor.

El sonido de la radio se mezclaba con la lluvia insolente que había invadido su privacidad. Llevaba una de sus tantas gabardinas largas, y pese a eso su piel se sentía fría y húmeda. Acababa de salir de una operación de riñón, el paciente no había recibido el órgano con éxito, murió.

Llevaba la garganta seca por el cigarro que se mecía en su boca, se encontraba tenso e impotente, tener una vida en tus manos y después perderla, era un asunto complicado. La operación había terminado, sin embargo el seguía cargando con la culpa aun después de salir del turno.

Los ojos de aquel hombre no se borraban de su mente, ni el sonido que provocaba el llanto de sus hijos. Los miro con familiaridad, recordando aquel día en donde sus padres partieron. Habían perdido el control del automóvil, y terminaron cayendo a un río poco profundo, sin embargo, el impacto fue suficiente como para arrebatarles el aliento.

Después de ese día perder una vida se había convertido en algo personal, como si salvando aquellos pacientes pudiese revivir a su madre y a su padre. Como si pudiese cumplir la penitencia que aun debía.

Estaciono el auto en una de esas calles tan inestables y siguió consumiendo varios cigarrillos en lo que quedo de la noche hasta que la cajetilla se agotó. Debido a su necesidad de seguir fumando, salió del auto y en plena tempestad recorrió los senderos vacíos.

Mientras caminaba, observo las grietas de las bancas de madera y la poca luz que quedaba en los faroles, los negocios cerrados con cortinas de aluminio y un perro gordo que dormía bajo el techo de un viejo árbol. Había pasado por esas calles tantas veces y recordó cuando piso por primera vez ese suelo 7 años atrás.

De pronto, algo interrumpió su caminar. El bulto débil que había azotado con anterioridad, hizo contacto con su fino calzado. Miro con cautela aquellas telas rotas a las que no les terminaba de dar forma alguna, hasta que pudo notar un par de cabellos sobre salir de entre lo negro de los harapos.

Con asombro y preocupación bajo y pudo notar líneas de sangre que se perdían con el agua de la lluvia. Las cortadas que tenía en los brazos eran profundas, igual de profundas que el golpe que tenía en su ojo derecho. Su labio inferior parecía un pedazo de hoja vieja y agrietada, totalmente rojiza.

Su gabardina sirvió de cobijo cuando termino de quitársela. La levanto con sumo cuidado y le cubrió a pesar de que él estaba tan mojado como ella. Desde aquel suceso en Hogwarts no había visto ninguna cara familiar, fue como si todos hubiesen desaparecido con la magia. Y de pronto una noche una persona conocida se encontraba entre sus brazos totalmente herida, plenamente desecha.

Como si un huracán la hubiese golpeado, como si la tierra hubiera retumbado en ella quien ahora parecía tan pequeña e indefensa.

- ¿Qué habrá pasado contigo? ¿Qué te paso Hermione Granger? - mencionaba entre la incertidumbre y el desasosiego el último de la descendencia Malfoy.

El pecado de mentirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora