CAPITULO DOS (I) : el amuleto de la Flor de Loto.

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CAPÌTULO DOS: El amuleto de la Flor de Loto.
Caja tras caja fue sacando, llenando y acumulando; mientras que la joven iba vaciando su armario: pieza por pieza, gaveta por gaveta, estante por estante.
No poseía un resguardo muy grande pero lo suficiente para tener todo aquello que requeridamente necesitaba en su humilde morada, después de todo es única hija. Ella se encontraba algo disgustaba pero a la vez resignada, no podía cuestionar la decisión de su madre y la aprobación de su padre ante la idea de ella. Le peleó, tal vez fue un tanto grosera con ella, pero enfrentarse con su madre era como pelear consigo misma, sencillamente absurdo.
Tendría que abandonar su vida, sus amigos; todo por complacer y tener como deber comenzar una nueva vida. Ella aun no entendía cual era su deber, teniendo solo 13 años hay muchas cosas que ella siente que le han ocultado. Su mente se inundó en un profundo pensar mientras iba guardando y doblando su ropa un poco lento debido a eso.
Se detuvo y se miró hacia el espejo entero que yacía de pie junto a la pared. Se cuestionó y miró detenidamente sus rasgos de arriba hacia abajo. Ella sabía que es muy joven aun, y que tiene unos largos años para todavía crecer, pero no entendía algo: ¡¿Por qué rayos es la única chica que le crece al natural cabellos rosas?!
Eso le frustraba por rareza.
Dio un largo suspiro y continuó: de mediana estatura y delgada por herencia. Su cuerpo se adaptaba bien a ella, su tez un tanto amarillenta lucía algo peculiar en ella; su rostro redondo le lucía bien con su nueva corte, al parecer aquella promesa que se propuso seguiría en pie por algunos años... O tal vez para siempre.
Cualquiera diría que se entretendría con aquella esbelta y notorio casco que ella poseía como frente, se sentía mas acomplejada de ello que de su cabello, aunque su padre le recordaba a cualquier momento que ella quejaba "mientras más grande, mas fuerte es tu espíritu", solo se avergonzaba molestamente cuando se lo decía, ella a veces pensaba si realmente son sus padres.
Aunque, a pesar de todo ella los amaba, claro, a su manera.
Se pasó la mano por su cabello rosa y clavó en si misma unas admirables joyas de color esmeralda, intensos y obsesivos para cualquiera que los viese. En ella, solo en ella, eran hermosos, pero no lo sabía.
__¿Realmente... Soy tan diferente?__ se susurró a si misma.
Por un momento, sus orbes esmeraldas se cristalizaron, deseaba tenderse a llorar, pero algo le detuvo.
Y recordó porque su cabello corto, cuando todos lo deseaban largo, cuando todo el mundo decía que él amaba el cabello largo en las chicas. Se obstinó sentirse invisible al estar a su lado. Se obstinó de ser una más del montón, una más en donde todo el mundo creía que sus sentimientos eran pasajeros, porque no es así.
Sí, aun en el presente.
De la impotencia, sola en el baño, uniformemente con dureza en su corazón, pasó la tijera por sus hilos rosados hasta el nivel de los hombros. Durante años, no supo que era un corte de cabello hasta ese momento.
Pero su alma se drenó, y un alivio interno corrió por sus venas como las dulces lágrimas en su rostro.
Aunque las críticas, rumores y burlas comenzaron al día siguiente, ya nada podía importarle. Una parte de ella cambió, y le agradaba ser así. Aunque sus únicas dos amigas sabían todo aquello, ella les pidió días asola para adaptarse a su ser.
Sentarse sola, un día bajo un frondoso árbol, alto y con largas ramas que llevaba plasmado el mismo nombre de ella. Le hacia sentirse acoplada a su hogar, con el mismo color rosado que a ambos les caracterizaba.
Ella solo se arregostaba en el tronco, alejada de la muchedumbre, mientras la brizas frotaba por su piel y uniforme, el cabello le danzaba a leves intentos y su atención posaba en las páginas de un libro "Orgullo y Prejuicio".
Mientras que la joven Haruno se sentía identificada con la protagonista de la historia, un cierto mucha buenmozo percató la soledad de la joven hacia lo lejos. Él llevaba pensando un cierto tiempo del por que aquellas joyas esmeraldas no se fijaban en su presencia, no era por orgullo, es más, no entendía porqué se llenaba la mente de tonterías.
Su lectura fue interrumpida por un pequeño avión de papel que aterrizó entre las páginas de su novela:
"La dignidad de un árbol de cerezo es crecer en soledad, pero aun más cuando la admiración se releva de sus frutos. Pero, a pesar de ser aun un pequeño retoño, la flor de Sakura florecerá de sus deslumbrantes misterios; y este, será el árbol de cerezo que algún día de sus sombras anhelaré disfrutar, porque a aquella Sakura mi alma ya está destinada a entregar."
Y desde ese entonces, lee esa carta cada noche preguntándose de su autor. Nadie era capaz de escribirle con tanta valentía aquellas palabras, ni su mejor amigo que llevaba en cuenta de su secreto amor así ella. Y a pesar de que su imaginación le jugaba una mala broma, desearía que fuese cierto que aquel joven que le hacía suspirar a escondidas, le hubiese mandando esa carta. Ella lo sabía, sabía que él no pudo haber sido, y eso le dolía, y aun más que eso, fue el saber que su consuelo el verlo en la escuela se borraría por completo.
Se había trasladado hacía Europa por un intercambio estudiantil.
Y regresó en sí. Sin darse cuenta ya había terminado de empacar absolutamente todo eso que necesitaría para su mudanza personal. Estaba al frente de su cama con una caja recién cerrada encima de la misma, con las manos sobre esa. Se secó algunas lagrimas escapadas y suspiró liberando tensión.
__Bueno, Sakura. No hay mal que por bien no venga. Te espera un nuevo inicio y ¿Quién sabe? Tal vez salga algo bueno de todo esto.__ sus palaras de consuelo fueron precisos.
Al dirigirse a tomar una ducha, pisó algo que le hizo gritar un alarido de dolor, al parecer tuvo haber sido algo puntiagudo para causarle aquello.
__¡Shannaron! ¿Qué rayos fue eso?__ con gracia y algo adolorida, cayó al piso junto al culpable.
Una extraña reliquia, de madera y diamantes que se desplegaban como pétalos cristalinos blancos y plateados con un centro de color rosado tierno sujetos a la base de madera. Llevaba amarrado a un cordón de cuero con triple costura de seda a la vez.
__¿Y esto? Que extraño__ la joven Haruno fue estirando su mano hacia aquel objeto con sumo interés que sus ojos no le sacaban la vista de encima.
Esa reliquia demostraba su brillo así estando en la poca luz de esa habitación. Pero a los pocos centímetros de tomarlo, ese extraño objeto expulsó en rayos sumamente luminosos por toda la habitación. Trataba de cubrirse la vista con sus brazos pero le fue difícil, hasta que cayó a su merced: se desplegó en los aires elevándose junto aquella reliquia, todo en ella se iluminaba al igual y sus ojos se encendieron en brillos verde esmeralda, algo inigualable.
Y en su frente comenzó a dibujarse los bordes de un diamante, rayas de color morado dando origen a esa figura geométrica sin relleno. Se podía decir que algo también le llegó a la mente como especie de visión, pero lamentablemente no se sabría al momento ya que cayó a leves descensos hacia el suelo completamente desmayada, sin reacción.
Aquella reliquia quejó junto a la chica mientras terminaba de liberar diminutos brillos para contemplar en su belleza.
Sin duda alguna, supo aquel amuleto que había encontrado a su portadora nuevamente.

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