End

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Me desperté por el sonido de la alarma, miré el techo por unos segundos y maldije estar vivo.

Habían pasado dos años sin saber nada de Gustabo desde su partida, y mis esperanzas por encontrarlo se iban agotando poco a poco, dejándome vacío.

Estiré el brazo hacia el lado izquierdo, sintiendo aún rechazo hacia el frió de ese lado de la cama, no terminaba de acostumbrarme a no tener a aquel chico despreocupado dormido a mi lado.

Me levanté con pesadez de la cama y me dirigí a bañarme. El agua chocaba contra mi piel provocando relajación.

Al tercer día de la partida de Gustabo sentí que me volvería loco. Incluso compré un boleto para ir a Italia, y fui, pero no pude encontrarlo.

Cerré la llave de la bañera y me puse una toalla en la cintura y salí a buscar mi ropa.

A pesar de que nunca me gustaron los dulces, ni los estúpidos poemas de amor, extrañaba de una manera dolorosa llegar a mi despacho y ver los detalles que solían esperarme en mi escritorio. Y que ahora no habían.

Terminé de vestirme y salí a la sala a prepararme un café.

Recuerdo que la última vez que pude tocar a Gustabo más allá de unos besos fue aquella noche en la que me dijo que me amaba. Recuerdo que al despertar el lado izquierdo de la cama estaba frío, y recuerdo que había un café esperando por mi en la sala.

Esperé a que terminara de calentarse el agua para el café mientras buscaba el azúcar.

Cuando dijo que me amaba sentí una calidez en el pecho, una calidez relajante y extraña, quizá por eso no le contesté, o simplemente trato de excusarme para no sentirme tan idiota.

Me preparé el café y lo disfruté lentamente, tratando de dejar de pensar en él. Aunque no pensar en él se me había hecho imposible en estos dos largos años.

Horacio nunca me dijo nada respecto a Gustabo, tampoco lo mencionaba, y cuando le preguntaba solo se quedaba callado o cambiaba de tema. Él parecía bastante confiado en que Gustabo volvería, aún así yo estaba desesperado por tenerlo otra vez en mis brazos.

Salí de la casa y me subí al coche, tenía un día lleno de trabajo, tendría que trasnocharme.

Cuando Gustabo se fue me dediqué a tomar. Volkov siempre tenía que irme a retirar de toda clase de bares, y siempre me sarmoneaba, y yo seguía yendo cada noche. Un día se cansó y me dijo que no iría por mi la próxima vez, y así fue, al siguiente día no fue a retirarme y caminé ebrio a mi casa. Y aún así no dejé de ir por otras 2 semanas más a tomar.

Conducía de manera tranquila a comisaría mientras me fumaba un cigarrillo.

Odiaría admitirlo en voz alta, pero cuando Gustabo empezó a darme esos regalos, inconscientemente yo iba cada día más emocionado, esperando a ver que me había dejado.

Mantuve el humo del cigarro por unos segundos, después lo dejé salir lentamente por mi boca, tratando de relajarme.

Suena estúpido, pero aún espero ver algo en mi escritorio.

Estacioné el auto y salí de este. Caminé hacia comisaría mientras me terminaba el cigarrillo.

Miré el cielo, tratando de buscar algo que me distrajera de todo, pero el azul del cielo me recordaba a sus ojos, que solo me miraban a mi, y que ahora ya no están.

Entré a comisaría y subí a mi despacho.

Ya no tengo nada, y si ya se acabó no tiene sentido seguir persiguiendole.

Abrí la puerta de mi despacho despacio, y me quedé parado en la puerta.

Mirando la paleta rosada en forma de corazón.

Entré desesperado, cogí la paleta entre mis manos, había una nota.

“Scemo”

- Hey, Super.

Estaba ahí, apoyado en el marco de la puerta, sonriendo.

- He vuelto.

Corrí a brazarlo.

¿Por qué estoy llorando?


“I'm Mr. Loverman, and I miss my lover, man.

I'm Mr. Loverman. Oh. And I miss my lover.”

Fool | Intenabo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora