Capítulo 1: Yo

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  Se podría decir que era un caso singular. No sé porque fui yo el que tuvo esa mala suerte. Si me vieran en cualquier parte estarían seguros de que no era una persona normal. Solo tenía dieciséis años, pero sentía como si hubieran pasado ya cien años. Era una persona literalmente miserable. Nadie quería acercarse a mí, mi familia me odiaba, pero por sobre todo, tenía una maldición, eso era lo que todos decían. Por eso era que debía esconderla, era una marca. Pero no cualquier marca que pudieras esconder con ropa, como las de los hombros, la espalda o las piernas. Tampoco era una que pudieras esconder con cabello, como en el cuello o en la nuca. Esta estaba en la cara, pero no era una cicatriz ni una mancha, era un cambio. Todo el cambio estaba en mis ojos.

   Cuando era pequeño tenía unos ojos de color verde natural, igual que mi hermano gemelo. Pero ya no más. Después de una grave enfermedad, llamada Periorayo, toda mi vida cambió. Esta enfermedad databa de muchos años atrás. Se decía que solo le daba a la gente maldita, una maldición que te perseguiría toda tu vida. Solo había habido una persona que me había dicho que esto no era una maldición, que era un don para ayudar a los demás, pero no sé si debía creerle, ya que todos decían que estaba loco y que solo decía esto porque él había tenido el mismo destino que yo.

   Pobre nosotros que teníamos este destino. Esta enfermedad la tenía una persona en un millón, pero no sé porque siempre eran personas de mi familia. Yo había sido el último en tenerla, antes de eso había sido mi abuelo, Armin. Había una creencia que decía que cuando moría la persona que tuvo esta enfermedad, nacía la nueva. Mi abuelo murió cuando yo tenía cinco años. Un mes después de su muerte me dio esta enfermedad fatal.

   Los síntomas de esa enfermedad eran una fiebre muy alta, podríamos decir que eran como cuarenta y dos grados, descargas eléctricas muy fuertes, persona que tocabas, persona que le dabas la corriente, pero lo peor de todo era el dolor, un dolor en la cien que no te dejaba pensar, sentías que la cabeza te iba a explotar.

   Habían dos formas de curar esta enfermedad. La primera  se decía "curar", pero en realidad, solo dejabas que la persona muriera. El problema era que mi madre no dejaría que eso pasara. La segunda era subir a una montaña que estuviera en una tormenta eléctrica, dejar a al enfermo en la cima y dejar que le cayera un rayo encima. Se escuchaba bastante peligroso, pero no debían preocuparse, ¿estaba ahí o no?

   Salvarse de la enfermedad era un milagro, no todos sobrevivían. Pero esto costaba un precio, tu vida no volvía a hacer como era antes. Los ojos de la persona se volvían azules profundo y también adquiría unos poderes sobrenaturales. Desde el momento en el que te golpeaba el rayo te volvías un Descendiente del rayo. Uno de los seres más temidos por la gente, si no podías controlar tu poder podías llegar a hacerle daño a alguien. Yo no había estado en ese caso, pero siempre velaba para que eso no pasace. Rezaba todos los días para que pudiera vivir como una "persona normal", dentro de todo, porque, como ya dije al principio, yo no era normal.

   Mi rutina en la mañana era como la de cualquier otro, me vistía con normalidad, limpiaba mi pieza con normalidad. Pero luego venía el cambio, debía ponerme unos anteojos oscuros todos los días para que nadie viera esos ojos que me perseguían desde hace once años. Toda mi familia desayunaba junta, a excepción de mí, no podía estar ahí con ellos. Me quedaba apartado del resto, no quería hacerle daño a nadie.

   Esto hizo que me apartara de todos, mis amigos del jardín infantil, mi familia, mi mejor amiga. A ella no la volví a ver, lo último que supe de ella fue que estaba triste porque no me volvió a ver. Lo que la dejaba constantemente en mis recuerdos es una caja musical. Ambos teníamos una, las dos eran de color blanco. Eran dos cajas de música idénticas. Estas nos las dimos el último día que nos vimos. Las cajas tenían unas cerraduras con detalles dorados, toda la caja tenía detalles dorados. Las cerraduras eran todas diferentes, lo podías notar, ya que las llaves eran todas con diseños distintos. Ella se quedó con la llave de mi caja y yo me quedé con la suya. Mi llave tenía un ángel que tocaba la lira, era una llave de oro. La de ella era un ángel que apuntaba con un arco, también era de oro. Lo impresionante de eso era que las cajas no eran más grandes que la palma de mi mano, por lo tanto, las llaves eran como del porte de un dedo meñique. Eran muy pequeñas, pero muy detalladas. Nunca abrimos las cerraduras de las cajas, no alcanzamos a hacerlo. Uno podía abrir la caja y escuchar la melodía, pero la cerradura era para abrir un bolsillo secreto que este tenía por delante. La melodía de la  caja era muy bella, cada vez que la escuchaba me imaginaba un campo de amapolas rojas junto a un lago, en el medio de ese había un bote en que había un hombre y una mujer. Ella estaba con un paraguas de género para taparse el sol. El cielo era azul con unas nubes esponjosas en ella. Era la imagen de un día soleado perfecto. Yo siempre me imaginaba que las personas del bote éramos ella y yo, aun lo hacía… Se podría decir que desde pequeño ella me gustaba, aun me gustaba, pero ya no tenía oportunidad de amarla, ya no la iba a volver a ver, probablemente.

PaulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora