Ya era sábado. Partimos temprano en la mañana, no tanto como la otra vez. Si Tom volvía a despertarme a las siete lo mataría, las personas también necesitábamos descansar.
Tom se dedicaría a revisar la parte sur de la costa, Daisy la central y yo la norte, así sería más fácil organizarse.
Comencé buscando de sur a norte, terminaría con la parte más norte de la costa. La costa era toda igual, a excepción de algunas partes que estaban un poco rocosas. También habían áreas de arena que tenían más minerales y conchas marinas. Las olas eran suaves en la hora de la mañana, el sol estaba muy fuerte, ya que eran las doce, más o menos.
Recordaba que cuando era pequeño tuve una herida muy grande en mi espalda, no recordaba muy bien porque era que la tenía, pero ahí estaba. Todo esto pasó antes de que la maldición llegara a mis ojos. Fui con mi madre al doctor para ver si era muy grave. No era mortal, pero tampoco era algo que se sanaría en tres días. Los requisitos que debía seguir era que debía poner una crema sobre la herida para que se cicatrizara. Lo otro era que la herida no debía tener contacto con el sol. Era curioso porque normalmente el sol hace muy bien para la piel, pero esta herida era un poco diferente. Si la ponías al sol, se comenzaba a abrir nuevamente. Los días que estuve tapando mi espalda del sol fueron muy aburridos. Fue en verano, y habíamos ido todos juntos a la playa. Yo tenía que quedarme bajo la sombrilla mientras todos jugaban en la olas y en la arena.
En ese momento vinieron a mí unas palabras, "lo siento, es mi culpa", no podía recordar quién o cuándo fueron pronunciadas esas palabras. Están enterradas en lo más hondo de mi memoria, no podía recordar.
Aún tenía esa cicatriz, cruzaba casi toda mi espalda en diagonal, por eso era que no me gustaba tanto estar sin algo puesto encima. Sentía que todo el mundo miraba la cicatriz cuando estaba descubierta.
Ya llevaba unas horas buscando, serían como las cuatro. Aun nada. Ya me estaba desesperando. No sabía porque sentía que en esta parte no había nada y solo buscaba como un idiota.
La gente estaba comenzando a llegar para disfrutar el sol de tarde. A esta hora el sol era cálido y ya no era dañino. Por eso era que siempre venían los niños pequeños a jugar con la arena a esta hora. Unos niños pasaron corriendo por al frente mío, llevaban unos baldes y unas palas, probablemente se disponían a hacer castillos de arena. No recordaba alguna vez haber hecho un castillo de arena. Tom los hacía con mi hermano mayor, pero no conmigo, ¿qué hacía yo en esos momento? No podía recordarlo. Era como si mi infancia estuviera muy nublada.
Los niños se reían a carcajadas mientras las olas pasaban por sus cuerpos. La mayoría de las veces, eran arrastrados por ellas. Quedaban llenos de arena, pero igual lo pasaban bien.
Ya eran las seis y media, quedaba poco tiempo para que comenzara a atardecer. Llevaba un buen rato caminando, hasta que llegué a la parte más norte de la costa. Esta estaba terminada por una gran cantidad de roca, era como una pared con piedras que sobresalían del agua, cueva y olas que chocaban dejando mariscos y musgo en la piedras. Me quedé un tiempo ahí viendo como el sol brillaba antes de que empezara el atardecer, antes de que se pusiera el crepúsculo que llevará a la noche.
De repente oí una guitarra sonando. Me sorprendí bastante al ver que era la melodía que tocaba el anciano de Lullaby. Al igual que en el violín, en la guitarra se escuchaba increíble. Alguien estaba cantando.
—Aquí estoy, frente a este marde tristeza… —era la canción que yo había escrito. ¿Acaso ella tendría relación con el anciano de Lullaby? Me acerqué sigilosamente a las rocas para ver quién estaba cantando. Sobre una gran roca que sobresalía del mar estaba una chica de cabello rubio y largo, era tan largo como el de una princesa de cuento. Estaba sentada a lo indio en la punta de la roca. Su cabello estaba atado en una trenza. La guitarra que llevaba era de color canela, no sabía qué otro color más podría tener porque solo veía unos pocos pedazos, ya que ella estaba de espaldas. Estaba muy concentrado mirando que no me di cuenta que se desmoronaron algunas piedras. —¿Quién anda ahí? —se paró de un golpe y se volteó para ver quién era el que estaba ahí. —El que esté ahí que salga ahora, tengo una guitarra y no tengo miedo de usarla. —mejor me iba de ahí. Me dispuse a seguir buscando la nota. Escuché un gran grito y luego alguien cayó sobre mí. —¿Quién eres tú? Nunca te había visto. —me volteó en el piso y me dejó de espaldas. Me quitó los anteojos y se quedó mirándome. Sus grandes ojos azules me miraban con detenimiento. Eran unos ojos que al mirarte sentías que podían saber todos tus secretos. Me ponía un poco nervioso. —Tus ojos… —ya comenzábamos de nuevo. —Son del mismo color que los de una persona que conozco. —¿Alguien que conoce? ¿Se referiría a mi abuelo? Que yo supiera, él era el único con ese color de ojos, además de mí. La chica se sentó al lado mío, yo me senté un poco aturdido, ya que la caída fue bastante fuerte. —Recuerdo que cuando era pequeña, venía un fotógrafo a la casa de mi abuelo que tenía los ojos del mismo color que tú. Nunca antes había visto a alguien con ese color de nuevo. ¿Serás pariente de él? —me quedé cayado. No tenía mucho interés de hablar con una desconocida. —Él era muy talentoso para la música, sobre todo para el violín. Siempre hacía duetos con mi abuelo. Desgraciadamente el ya murió, tenía seis años cuando eso sucedió. Recuerdo que su nombre era Armin. —sí, se trataba de mi abuelo. Armin Walper, el más honorable de todos para algunos, pero yo me entero de que asesinó a alguien. No le comentaría sobre eso porque no quería que tuviera recuerdos amargos de alguien que admiraba tanto. —Hace unos días. —continuó hablando. —Llegó mi abuelo con un papel en la mano. Este era una partitura con la letra de la melodía que inventó mi abuelo. Nos dio una gran sorpresa, pero la encontrábamos muy hermosa porque describía exactamente la situación de ese momento. —ella era la nieta del anciano de Lullaby. Quería alejarme de ella, no quería involucrar mucha gente más en mi vida. Y menos que esas personas estuvieran relacionadas entre sí. —Mi abuelo la escribió porque unos días antes falleció mi abuela. Él estaba devastado. Esta canción lo hizo entrar en razón porque había estado muy deprimido. No sé qué hubiera pasado con él si no hubiera llegado esa letra. Si pudiera ver a esa persona, le agradecería de todo corazón. —lo tenía en frente suyo. No se lo diría, claro.
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Paul
FantasyUn chico de 16 años llevaba una vida "normal", hasta que apareció un ángel, llamado Apolo, diciéndole que debe encontrar a los otros elegidos. Esta historia está envuelta por misterios, enigmas, promesas, romances, búsquedas, amistades, maldicion...