Ya te lo dice hasta el vecino del quinto cuando te acercas a los cuarenta: «no te acuestes con niños que vas a amanecer lleno de mierda». De todas formas, yo me había dedicado a cagarla desde que tenía uso de razón, así que el trámite tampoco tenía por qué ser tan dramático. Era solo una estupidez más de las tantas que figuraban en mi larga lista. El asunto es que... No lo sé, esto no estaba en el libreto. Les juro que no era fanática de estas cosas. No me emocionaba demasiado la idea de meter a una cría de veintipocos en mi cama hasta que la mirada de cordero degollado de esos ojos color café terminó por calarme hasta el fondo del cuerpo. Lo demás vino solo; si te tomas quince cervezas en una noche es imposible que al día siguiente no tengas una puta resaca que no te deje ni moverte. Bueno, niños, esta es mi historia. La historia de cómo una profesora guarra e irresponsable terminó enamorándose de la alumna estudiosa que no rompía un plato; pero no era cualquier alumna: era su alumna más guapa.
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