Viejos amigos, nuevos problemas

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Los niños recién nacidos son todos unos feos y no hay forma respetuosa de decirle eso a mi hermana. Yo soy de esas personas a las que a veces se les va la pinza con la sinceridad y me está costando la vida no soltarle alguna idiotez respecto al mocoso llorón que está meciendo en sus brazos. Es que encima le pusieron un trajecito de encaje color violeta pálido que lo hace ver todavía más arrugado. Parece una ciruela pasa muy ruidosa.

A Marjorie, por otra parte, no le luce el postparto para nada. Tiene los ojos hundidos y los labios resecos, además de que, aunque siempre ha sido un dolor en el culo, su humor está especialmente más susceptible desde hace unas semanas. Al parecer eso de tener un bebé no es tan maravilloso como te lo pintan en los tabloides; pero esta es mi segunda sobrina, así que algo de interesante habrá en todo eso de sacar seres humanos por tu vagina. O directamente mi hermana es masoquista, qué sé yo.

―Eres un desastre. Podías al menos haberte maquillado ―me dice la muy puta―. Los padres de Francis vienen en camino y creo que te conocen como la hermana mayor drogata desde las navidades del año pasado.

La miro de reojo y niego con la cabeza. Me siento ofendida. Hice un esfuerzo sobrenatural por sacar mi culo de la cama, me puse un vestido de tirantes y hasta estoy usando zapatos altos, ¿qué más quiere de mí esta mujer?

―Hay que tener cara para decir eso cuando ustedes dos se conocieron estando hasta el culo de yerba en una fiesta universitaria.

―Chist. ―Me pega un golpecito en el hombro―. Alguien te va a oír, idiota. Ya sabes que esta gente es del Opus y no le gustan esas cosas. Además, desde que Alisson nació no he vuelto a fumar.

―Pues te hace falta. Sabes que a mí me van mejor las cosas que se esnifan, pero siempre puedo ponerte en contacto con mi dealer a ver qué te encuentra.

Marjorie rueda los ojos en respuesta. El bebé que carga en los brazos por fin se duerme y ella aprovecha para inclinarse y acostarlo en el coche. La niña se ve más simpática cuando no está jodiendo, pero igual todo el asunto de añadir más miembros a mi pequeña familia me pone un poco nerviosa. No me terminé de acostumbrar a la presencia de su primera hija hasta que la nena aprendió a pedirme caramelos cada vez que la sacaba a pasear.

Yo soy una tía estupenda. ¿Qué quieres? ¿Comer helados y papas fritas todo el día? ¿Tres unicornios de peluche tamaño real? ¿Patear a la vieja que está delante de nosotros y luego echar a correr? Te doy todo, nena, mientras no me jodas más de la cuenta. Al fin y al cabo no soy yo la que tiene que preocuparse si te salen caries, no soy yo a la que llaman de la escuela para quejarse, y definitivamente no soy yo la que tiene que jugar a ser la mala. Es maravilloso.

―Pensé que Vivian venía hoy ―comento.

Marjorie, que entró a dejar al bebé con la niñera y acaba de regresar, suspira y niega con la cabeza.

―Se fue ayer a Hawaii con Richard. Me dijo que tenía los boletos comprados desde hace tres meses, pero no le creo.

―Yo tampoco. Nuestra madre es una zorra mentirosa a la que estos eventos le parecen tan detestables como a mí. Que sepas que me parece una falta de todo que a ella sí la dejes zafarse tan fácil.

Mi hermana chasquea la lengua y entrecierra los ojos.

― Tu sobrina cumple un mes de nacida, ¿acaso no estás feliz?

Hago una mueca en respuesta y desvío la vista para otro lado.

―Vete al demonio, Miranda ―sisea―. Igual te vas a tener que quedar hasta el final.

―Ya lo sé. ―Suspiro.

Este tipo de eventos me resultan desgastantes. Ni siquiera me dan ganas de echarme unas cervezas para que el tiempo se me pase más rápido porque los mocosos corriendo de un lado a otro en el patio de la casa de mi hermana me causan todo el repelús del mundo. Además, la familia de Francis se me hace bastante antipática; parece como si todos fueran a la misma iglesia, a la misma peluquería y follaran igual de mal para tener esa cara de agrios plantada todo el santo día. Gracias al cielo no tengo que cruzármelos más de un par de veces al año.

A mamá tampoco le hacen mucha gracia, pero ella directamente se pasa por el forro mantener las apariencias y ni siquiera hace acto de presencia en este tipo de mierdas. Supongo que Marjorie, ahora que me dejó sola para irse a hablar con sus suegros, estará intentando excusarla como siempre lo hace.
Cabe destacar que tampoco yo les caigo muy bien a los viejos Blair. Claro, les parece terrible que cada vez que me presente a las reuniones familiares siga igual de soltera y borracha, pero de ese sobrino cuarentón que no quiere admitir que le gusta que le den por culo no dicen nada. Pedazos de hipócritas.

Por puro instinto, me toco mi sagrada retaguardia esperando encontrar la caja de cigarros en el bolsillo del pantalón que no tengo. Maldita sea. Esto es el colmo, se me olvidó el tabaco. Encima, allí viene Alisson, trae una pelota naranja agarrada con las dos manitos regordetas y se acerca a mí sin titubear.

―¿Juegas conmigo? ―me pregunta.

Le sonrío.

―Claro, cariño.

Para mi mala suerte, dos mocosos, más o menos de la misma estatura, más vienen detrás y me miran con los ojos abiertos.

―¿Nosotros también podemos? ―dice el pelirrojo.

Mi sonrisa se tensa, pero asiento. Ya lo ven: las tragedias nunca vienen solas.

.

.

Llegar a mi casa luego de la media noche es algo tan normal para mí como respirar. Sin embargo, hoy estoy molida. Desgastada emocionalmente por tanto tiempo de exposición al ambiente familiar y desgastada físicamente porque la zorra de Marjorie me hizo quedarme hasta el final de la fiesta para que la ayudara a limpiar. Lo único en lo que pienso es en entrar a mi departamento a echarme a dormir y, sin embargo, cuando estoy en el sitio me doy cuenta de que es lo que menos voy a poder hacer.

Allí está el karma, esperándome sentado, justo al lado de la puerta. Carga un libro entre las manos y desde lejos reconozco la portada. Es un rancio, siempre que nos vemos está leyendo a Hesse; creo que lo hace a propósito. El cabello lo tiene más corto, pero se dejó crecer la barba. No ha engordado, creo que sigue yendo al gimnasio porque los músculos de sus brazos siguen marcándosele. Dos años han pasado. La edad sigue resbalándosele al muy hijo de puta. Hasta más guapo está con cuarenta y ocho que cuando lo conocí de treinta.

Se levanta, alertado por el sonido de mis zapatos chocando contra el suelo de madera y me mira de arriba abajo. Alzo una ceja y me detengo frente a él.

―¿Quién demonios te dijo que tenías permiso de aparecerte en mi casa a las doce de la noche?

―En realidad llegué a las ocho. Cinco horas esperándote y así me recibes.

―Que te den, Diego.

Sonríe y ladea la cabeza. Dientes blancos, olor a perfume caro. Cómo lo odio a veces.

―¿Y por qué no lo haces tú? ―me dice.

Chasqueo la lengua.

―Seguro que sí, cariño, pero necesito una copa de Chardonay primero. ¿Quieres un cigarro? Los acabo de comprar.

Él se encoge de hombros y me acepta la caja y el encendedor. Fuma recostado a la pared mientras espera a que abra la puerta. Si fuera más joven, me temblarían las manos, pero después de varios años aprendí a controlar el nerviosismo que me causa tenerlo cerca. No he aprendido, para mi mala suerte, a gestionar los daños colaterales que me dejan estos encuentros.

―No cambias, Miranda ―me dice justo antes de pasar.

Capaz y mi hermana tiene razón; capaz y soy una irresponsable de mierda que siempre se encuentra en el mismo punto tomando las mismas malas decisiones. Supongo que con Diego es imposible no terminar aceptando tratos injustos porque es lo que hay.

Cien años en el infierno por una noche.

De acuerdo, jódeme otra vez, pero hagamos que valga la pena.  

Bueno con treinta y ocho años no se puede pretender que Miranda no tenga un pasado XD es lo único que diré. ¿Qué piensan? Yo es que me siento feliz porque veo que cada vez hay más gente leyendome y yo ni promoción hago XDDDDDDDDDDDDDDDD

Para mi alumna, la más guapaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora