Él comenzó a reír, y me mostró otra vez esa sonrisa que veía tanto en mis pesadillas, pero mil veces más fría y espeluznante. Levantó el arma que hasta ahora había estado apuntando al piso, y, entre tambaleos y risas, se acercó a mi oído y susurró: - Perdiste... Entonces, con un fuerte sonido, el arma frente a mi se disparó...
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