Miriam Rodríguez tenía una conocida reputación de donjuán y una obstinada aversión al matrimonio. Estaba decidida a no casarse pero, muy a su pesar, se veía abordada constantemente por mujeres que planeaban cómo llevarla al altar. La gallega necesitaba algo que las disuadiera de acercarse a ella: una novia de alquiler. A Ana Guerra no le apasionaba la idea de irse a vivir a casa de Miriam. Era una seductora nata y su atractivo no hacía más que acarrearle problemas. Sin embargo, era el cliente más importante de su agencia, por lo que Ana se vio obligada a representar el papel de novia. Sería sólo durante un par de semanas... ¡o, al menos eso era lo que las dos creían!