Le parecía ridículo que, siendo él quien era, se encontrara tan fascinado con aquella cosita rechoncha. Estiró una mano y acarició la suave mejilla de su bebito, y se deleitó tratando de contar sus diminutas y rubias pestañas. Sentía las mejillas adoloridas de tanto sonreír, pero desde que había dado a luz cinco días antes, no había nada ni nadie que se la borrara del rostro. Excepto cuando recordaba lo mucho que le había costado conseguir un cachorrito sano. No es que esté huyendo de su pasado, más bien piensa en el futuro y en todo lo que debe hacer para perpetuar su legado.