Shen Qiao no tenía la voluntad de cruzar caminos, mucho menos, de decirle al mayor lo que su corazón deseaba, porque aunque el amor estaba entrelazado, su cerebro seguía cuerdo, y es que, decirle a Yan Wushi que él le amaba, era como los creyentes arrodillados en una tabla de madera orando a un dios para ser salvados.
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