San piensa que está mal lo que está haciendo recién cuando se encuentra tan profundo en Wooyoung que no puede respirar. Con alcohol en sus venas, engañó a Yeosang. Sus estúpidas decisiones lo dejaron en un mar de culpabilidad en el que la corriente lo arrastra una y otra vez al olor de Wooyoung, a sus brazos, a su compañía. A recaer una y otra vez en la tentación. A dañar y ser dañado. A deshacer todo lo que una vez construyó con Yeosang. Wooyoung no se queda atrás, puesto que las insistencias de San juegan con su cabeza y Jongho comienza a sospechar de sus actitudes. Pero pronto los cuatro se envuelven en una complicada situación en la que se entierran hasta el cuello, y en la que nadie es inocente, rotándose la culpa como si fuera una granada, sin saber cuánto podrán resistir hasta que todo explote en sus caras.
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