11. La novena carta.

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Unos pocos rayos de luz entraron por mi ventana, consiguiendo que abriera los ojos y despertara. Como todas las mañanas, empecé a pensar sobre cosas sin importancia, cosas de mi día a día. Como el que desayunaré, con que locura me sorprendería Emma o incluso lo cómoda que podía llegar a ser mi cama. La habitación estaba consumida en un calor de lo más agradable y las sábanas eran extremadamente acogedoras. Estas me arropaban de tal manera que parecía como si alguien estuviera abrazándome, como si un gran y fuerte brazo me rodeara protegiéndome de cualquier amenaza. Y ojalá fuese así. Ojalá fuera el mismísimo Alex el que ocupara esa postura, el que me provocara tan dulce despertar.

Un grave gruñido acompañado de una respiración en mi cuello me hizo volver a la realidad. Y es que sí, Alex había dormido conmigo. Mejor aún, Alex estaba abrazándome.

Me di la vuelta, quedando con él cara a cara. Tenía los ojos cerrados y su respiración era larga y profunda. Se notaba que estaba dormido. Sus largas y oscuras pestañas llamaron mi atención, al igual que todos y cada uno de los lunares que ocupaban su rostro. Su pelo estaba alborotado, dándole un aspecto rebelde, y su fuerte y ancho busto, apenas tapado con una esquina de la sábana, se encontraba desnudo, dándome a entender que se había quitado la camiseta para dormir. Y otra vez volví a preguntarme cómo era posible que alguien fuera tan perfecto.

Gracias al cielo que yo había dormido de espaldas a él, porque no quería ni imaginarme el susto que se hubiera pegado el pobre chico cuando me hubiera visto dormida. Los ojos se me llenaban de legañas, me salían nudos en el pelo, haciendo que optara la apariencia de una escarola y se me caía la baba. Por no hablar de que a veces roncaba y hablaba en sueños. Además me movía más que un ratoncillo escapando de un gato hambriento, llevándome conmigo toda la sábana. No sabía como Alex no se había caído de la cama, pero por suerte, estaba de una sola pieza. Destapado debido a mis tirones de sábana, pero sano y salvo después de todo.

Sus ojos empezaron a abrirse poco a poco, dejándome apreciar su bonito color marrón. Al verme, una sonrisa se escapó de su boca.

- Buenos días, Annabeth.

- Buenos días.

Un gran silencio nos invadió, pero no era un silencio incómodo. Solo era un silencio en el cual ambos nos observábamos el uno al otro. Parecía que el corazón se me fuera a salir del pecho.

¿Desde cuándo este chico despertaba tales reacciones en mí? Me gustaba, sí. Pero nunca había sentido algo como esto, nunca había tenido estas increíbles ganas de besar a alguien, de besarle.

Al parecer debía de rondar algo parecido por su mente, porque empezó a acercarse poco a poco a mí, mientras que una de sus manos se plantaba en mi mentón y con la otra me acariciaba la mejilla.

Estábamos a escasos centímetros de juntar nuestros labios cuando un portazo nos obligó a separarnos.

- ¡Anna ya he llegado! ¿Estás despierta? – Y como no, el que interrumpiera nuestro beso no podía ser otro que Max.

Rápidamente, Alex se levantó y se colocó la camiseta. Yo no podía parar de dar vueltas en círculos mientras sostenía las manos en la cabeza.

¿Y ahora que hacía?

Unos pasos subiendo los escalones se hicieron presentes en la habitación. Sin saber muy bien que hacer cogí a Alex y le tumbé en la cama tapándole con una manta gorda. Antes de que él pudiera protestar metí mi cuerpo debajo de la manta y me tumbé encima suya, dejando mi cabeza apoyada en sus piernas y mis piernas apoyadas en su espalda. Tapé sus pies con la almohada, y me cubrí con la manta hasta el cuello.

En cuanto Max abrió la puerta cerré los ojos y me hice la dormida.

- ¿Anna? ¿Qué haces tapada con esa manta con el calor que hace?

Querida AnnabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora