12. La décima carta.

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Lágrimas caían repetidamente mojando mis mejillas. Mi vida era perfecta hasta hace apenas una hora. ¿Qué había pasado?

No estaba segura de lo que había hecho mal, ni de lo que haría para solucionarlo. Lo único que pasaba por mi cabeza era Alex. Alex con una rosa para mí. Alex pisando la rosa, mi rosa. Alex mirándome como si no quisiera volver a verme nunca. Eso fue lo que más me dolió. Jamás pensé que alguien pudiera hacerte tanto daño con solo una mirada.

El timbre sonó. Recé internamente porque no fuera Max, tendría que darle una explicación, y esta vez la excusa de la gripe no valdría.

Me levanté de mala gana del sofá y me acerqué a la puerta. La abrí dejándome ver un montón de bolsas que se acercaban cada vez más a mí.

Un momento… ¿bolsas? ¿Bolsas vivientes? ¿Acaso estaba delirando? Dios mío, necesitaba un médico.

- Sé que no estás en tu mejor momento pero una ayudita no vendría mal, esto pesa muchísimo.

De pronto, el gran montón de bolsas se habían transformado en Emma. Era definitivo, me estaba volviendo loca.

- ¿Anna? ¿Me estás escuchando?

Dejé a un lado mis pensamientos sobre mi posible vida en un manicomio para prestarle atención al temible monstruo de las bolsas que se encontraba justo delante de mí.

- ¿No vas a comerme verdad?

- ¿Comerte? Nop, pero tú vas a comerte una tarrina bien grande de helado de chocolate. He traído dos tarros de tu favorito.

¿Helado? ¿Acaso este monstruo quería engordarme para comerme después? Oh no, ¡iba a morir!

- ¿Y a que no sabes que más he traído?

Negué con la cabeza mientras me alejaba. No quería saber que otros artilugios había traído para torturarme.

- Un invierno en la playa y Las ventajas de ser un marginado.

- ¡No quiero morir! – dije mientras me hacía una bola en la esquina más alejada del sofá.

- ¿Pero de qué hablas? Pensaba que te encantaban estas películas, ya sabes, Logan Lerman sale en ellas.

Y sin venir a cuento empecé a llorar de nuevo. Diosito, yo no estaba bien de la cabeza.

El gran monstruo con cara de Emma se acercó a mí. Había llegado mi hora, y yo moriría sin defenderme, como la gran cobarde que era. Cobarde por no haber seguido a Alex. Por no haberle plantado cara, explicarle que todo lo que había visto era nada más que una gran confusión. Cobarde por estar así, deprimida y llorando.

¿Por qué lloraba por Alex? Yo era de esas chicas que siempre se prometían a sí mismas él no llorar nunca por un chico. ¿Qué había cambiado?

Una mano se posó en mi pelo, acariciándolo, mientras otra me apartaba las lágrimas con un pañuelo.

- Ey no llores más, por favor. Cuéntame que ha pasado. Estoy aquí contigo ¿vale? Siempre lo estaré.

Levanté la vista, Emma me miraba comprensiva, con ganas de saber que había pasado.

-Es… yo estaba… y entonces… y él… A-Alex… - las palabras salían a borbotones de mi boca, pero sin sentido alguno.

- Eeeeey, vale, está bien. Vamos a ver estas dos películas mientras nos hinchamos a helado. Y después, cuando estés más calmada hablamos, ¿vale?

Asentí secándome las últimas lágrimas. Emma estaba aquí, y eso era lo único que importaba. Bueno, eso y Logan Lerman. Él también era importante.

Querida AnnabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora