18 de Junio de 2016.
Víctor me tenía encerrado. No me dejaba actuar. Es un payaso. ¡Eres un mierda, Víctor! "¡Cállate!". Su voz autoritaria me daba asco. ¿Quién se ha creído que es? Eres un imbécil Víctor, con tanta pantomima y tanta mierda. Tú no eres así, toda esta gente es escoria, basura, una puta mierda, Víctor. Toda esta gente nos pertenece, están a nuestra merced, deberían chuparte los zapatos y obedecer nuestras órdenes sin rechistar. Aaaagh. Que puto aburrimiento. Blablabla. Sí, sí, sí. Ja ja. Sí. Tú sonríe como un estúpido Víctor. Anda y que le follen, como si nos importara una mierda su aburrida y miserable vida. Míralo, es un don nadie. ¿Se cree que no nos damos cuenta de como va vestido? Si el traje que lleva seguro que se lo ha comprado en una tienda de moda industrial y no le ha costado más de doscientos dólares. Córtale ya, Víctor. No vamos a estar toda la noche hablando con él. No deberíamos ni perder cinco minutos, pero no, teníamos que interpretar el papel del amable y educado Víctor. Al fin y al cabo era nuestro jefe, si nos portábamos mal no obtendríamos el ascenso. Cuando nos alejamos de él entorné los ojos y exhalé todo el aire de mis metafóricos pulmones. Por fin. Qué pesadilla.
Nos movimos por el bar y paramos frente a la barra. La camarera vestía un polo verde y blanco con un trébol dorado bordado en un pecho. Llevaba dos trenzas mal hechas y su cabello pelirrojo escapaba en algunas zonas de forma rebelde. Su cara era un óvalo perfecto tan blanco como la porcelana. Tenía unos labios finos y pequeños decorados con un carmín rojo muy llamativo. Su pequeña nariz respingona estaba bañada de una infinidad de pecas rosadas y sus ojos verdes, enormes y almendrados, de largas pestañas y brillo especial, se fijaron en los nuestros. Traté de esconderme, pero me vio. Apartó la mirada a un lado y se acercó a nosotros para preguntarnos con marcado acento irlandés qué queríamos tomar. Pedí un Bourbon, sin hielo, en un snifter, a ser posible. En un antro como este quizá no sabían ni lo que era. Suspiré cuando tuve que describirle la copa a la camarera. Su cara se ensombreció, se adentró un poco en la barra y empezó a enseñarme vasos.
—No, no, no. Ese.
La chica sonrió satisfecha, tomó la botella de whisky que le indiqué con el dedo y volvió a acercarse a nosotros para servir la copa. A Víctor no le gusta beber. Dice que me pongo muy pesado y que no es aconsejable perder el control cuando va borracho, porque lo tomo yo. Sé que tiene razón, que tenemos que tener cuidado y que lo que hacemos tenemos que hacerlo a plenas facultades o nos pueden descubrir. Pero una copa no me vendría mal, quizá conseguía que Víctor bajara un poco la guardia y me dejara actuar. Pero claro, eso él ya lo sabe, por eso me he pedido un Bourbon. Quiere soltarme porque él también lo ansía. Sé que lo quieres hacer, Víctor. Por eso me has traído aquí. A un pub irlandés, a la fiesta de graduación del hijo de tu jefe. No solo hemos venido a complacer. Hemos venido a hacerlo.
Me reí a carcajada limpia y Víctor me hizo callar. Qué aburrido que es. Le di un trago al whisky y me apoyé en la barra para mirar a mi alrededor. El pub tenía dos plantas, sonaba música folclórica en directo y había mucha, pero mucha, muchísima gente joven. Era normal, el protagonista de la fiesta era un recién licenciado y la mayoría de invitados, por no decir todos, eran universitarios. Universitarias. El pub se encontraba en las inmediaciones del campus, por lo que los que no estaban invitados a la fiesta, también eran universitarios. Se acercaron a mí dos chicas que rondarían los dieciocho y tuve que contener la sonrisa triunfal. Cuando aparezco yo, Víctor es magnético.
—¿Señor Barreda?
La más atrevida de las dos dio un paso al frente y me preguntó mi nombre algo dubitativa, pero en el fondo ella ya sabía que le diría que sí. Sonreí con soberbia y asentí con una leve inclinación de cabeza. La chica me preguntó el motivo por el cual me encontraba en la fiesta y se lo expliqué con tranquilidad, entablando conversación. Su amiga decidió alejarse de nosotros y sin darme cuenta había empezado a hablar con la chica sobre literatura. Era muy sociable, culta, educada y agradable. Parecía un poco tonta. Inocente quizá. Pero eso siempre es una ventaja. Le invité a una copa de Bourbon y sonreí con sinceridad cuando aceptó con un endeble sí y un ligero rubor en sus mejillas.
Volvimos a caminar por el local, esta vez junto a la chica. Ella nos recomendaba una mesa en la segunda planta desde la que decía se podía observar bien el escenario. No me negué, me encanta la música en directo y me parecía una idea estupenda, porque ella empezaba a buscar intimidad. Víctor estaba empezando a sentir el whisky y yo ya sentía las yemas de los dedos. Sentí el tacto del cristal de la copa de whisky y sentí la madera bajo mis pies, escalón a escalón, camino al segundo piso. La chica, llamada Diana, subía delante mío. Vestía unos vaqueros muy ajustados, pero el jersey gris que llevaba era inmenso y tapaba las curvas de su cuerpo. ¿Qué clase de comodidad puede encontrar en una prenda de ropa que es diez veces su talla? Giró la cabeza a mitad de las escaleras y temí que como había hecho la camarera, ahora que estaba cada vez más presente, dejara de ver a Víctor y pudiera verme a mí.
Pero, para su desgracia... No lo hizo.
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Bocados
RandomFragmentos sueltos de textos que no he llegado a desarrollar. Ideas del momento, relatos cortos o introducciones que algún día pueden crecer y volverse una obra completa. Mi cajón de-sastre.