Las reuniones posteriores habían dado como resultado un análisis por parte del proxeneta que determinaba que su cliente no estaba del todo cuerdo, como la gran mayoría, pero que a él le importó básicamente una mierda en cuanto vio que estaba lo suficiente loco como para pagarle la enorme suma que le exigió. Que escandalizaría a más de un contable y que Charles no quería preguntarse de donde había salido.
La entrega se efectuó dos horas antes de la indicada al cliente para recogerla, en una casa abandonada en un distrito de clase media de la que el coleccionista ya tenía las llaves.
Tal y como se le había pedido, la esclava estaba dentro de una caja de cartón, precintada y elaborada a mano para imitar el embalaje de una muñeca, envuelta en papel de regalo rojo carmesí con un lazo gigantesco en seda negra. La enorme etiqueta rezaba "De ti, para ti" y le deseaba una larga vida utilitaria con la que pudiese disfrutar plenamente.
El proceso de construcción había sido laborioso. Charles se perdió entre libros y jugueterías buscando ese toque de muñeca de trapo y, si no fuese porque necesitaba los órganos para seguir con vida y no pudrirse a los pocos días, la habría vaciado para rellenarla de lana o algodón.
El cuerpo había sido lo más sencillo: Limpiar, hidratar y pulir la piel para que no solo fuese perfecta a la vista, sino también al tacto. Plastic touch. Ni un solo vello, ni un solo pelo en la cabeza, casi como si acabara de salir de un molde. El rubio había avisado al cliente de que conservar la piel de la muñeca con esa perfección requería un mantenimiento, y le había dado la tarjeta de una esteticista muy profesional, discreta y de confianza, para que recurriera a ella si a él le resultaba complicado o simplemente no le apetecía hacerlo.
Su útero había sido extraído, sin contemplación. Las muñecas no sangran una vez al mes, ni pueden quedarse embarazadas, y aunque los médicos le recomendaron otra clase de operación, Charles había visto en las perras que la extracción total del órgano no solo les arrebataba la posibilidad de reproducirse, sino también el instinto primario de necesitar hacerlo.
La cara ya... eso había sido más complicado. La carencia de cejas evitaba la muestra de expresión, pero la sonrisa siempre permanente es una característica básica de una muñeca, sea de trapo o no, y aunque deshacerse de los labios y sellarla mediante otra cirugía era lo más efectivo para ese efecto... impedía el poder alimentarla y una muñeca con desnutrición no duraría más de tres semanas.
Así que caviló y decidió cosérsela. Le entregó a su cirujano personal una placa metálica curva, de acero inoxidable y con un orificio central y le ordenó que la fijara a la cara interna de su boca. Al cirujano le pareció una locura al principio, pero ambos se maravillaron con el resultado. La sonrisa era perenne, permanente, inalterable. La niña gemía sobre la camilla, de angustia y posiblemente de dolor, pero gemía sonriendo.
Y eso era lo que importaba.
Alimentarla con una cañita a través del orificio y siempre comida triturada. Esas eran las directrices para el cliente. No podía abrir la boca pero, lo que el coleccionista quería, era solo que le escuchara, no que le hiciera felaciones. Que estuviera en su esquinita, sentadita en su casita de muñecas y escuchando todas las barbaridades que él quisiera decirle. Para escuchar no se necesita la boca.
Le hubiese gustado arrancarle los ojos y sustituirlos por dos ónices o dos diamantes negros. O quizá cerrarle los párpados y coserle dos rudimentarios botones sobre ellos pero... su cirujano había visto en una conferencia sobre estética un método experimental y le rogó que le dejara aplicarlo por primera vez en una persona con trescientos cuarenta y dos.
Charles no podía negarse... Al fin y al cabo su cirujano era a lo que otros mortales llamarían su mejor amigo.
Aguja, pulso firme y una tinta que quizá dejara ciega a una esclava a quien nadie le importaba que estuviese ciega eran el toque final.
Lo que el coleccionista vería cuando esa hermosa muñeca fuese despertada al salir de su cajita.
Un oscura, completamente negra, vacía e inanimada mirada.
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Bocados
RandomFragmentos sueltos de textos que no he llegado a desarrollar. Ideas del momento, relatos cortos o introducciones que algún día pueden crecer y volverse una obra completa. Mi cajón de-sastre.