342. Parte 2.

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Solo es un poco de cera, trescientos cuarenta y dos la humilla en un tono infantil, sátiro, con una sonrisilla en la cara que deja claro su disfrute ante la situación y que puede producir cualquier tipo de efecto en ella... menos tranquilizarla.

La chica sigue temblando, desnuda y atada a ese sillón de cuero negro que solía asociar con las peluquerías antes de que le ataran a uno. Sin entender qué ha hecho ella para haber terminado ahí. Para merecer eso. Sea lo que sea.

La cera es uno de los objetos de maltrato ligero favoritos de los amos, así que en el fondo... te estoy haciendo un favor acostumbrándote a ella. Repite conmigo: Gracias Charlie.

Los guantes de látex, blancos, son el primer objeto en hacer aparición y Charles se los coloca empezando a tararear para sí mismo una canción irreconocible, quizá única, producto de su imaginación.

La cantinela es alegre, igual que los dedos que se hacen con la espátula y abren los labios vaginales de la muchacha para aplicar la cera en todo el lateral izquierdo, virgen. Como la niña.

Efectúa suaves golpes con la espátula sobre la cera y cuando considera que ya está...

Tira.

Arranca todo el vello, interno y externo, en un tirón que sin duda, es de las cosas más dolorosas que ha experimentado la chica en su corta vida por no decir la más. Su gesto, ni su postura se inmutan. Ni ante el grito ni ante los movimientos que ella pueda efectuar para revolverse, ni ante el posible llanto... nada. Él tira la banda al suelo y distrae los dedos y su mirada en la zona, sabiendo que el solo tacto del látex ya debe hervirle a la chica en la piel. Pero le da igual. Solo se asegura de que lo ha hecho bien, y repasa acercando el foco de luz que calienta aún más la zona caliente para darse cuenta de que hará falta otra banda.

Al primero le sigue el segundo en el lateral contiguo, que tiene la misma fuerza que el primero y que le saca a la muñeca todavía más gritos. Una deliciosa banda sonora para Charles, que en lo único que piensa al escucharla es en que debería haberla grabado para utilizarla en alguna de sus películas.

Y su mente vuela.

Sus ojos azules están clavados con desvergüenza en el coño enrojecido, pero su mente ya no está ahí. Trabajando de forma inércica, mecánica, aplicando la segunda banda de cera de nuevo en la primera zona para arrancar esos pelos rebeldes que se han resistido... él imagina.

Imagina un escenario al que uno de los protagonistas de su próximo film deba acudir. Un puticlub, un motel, una fábrica... No sabe qué escenario sería, pero sí es capaz de visualizar la nuca del hombre cruzar un pasillo con varias puertas a sus lados. De detrás de una de esas puertas, podrían surgir los gritos. Retocados en sonido para generar el efecto de que la acción esté sucediendo tras una puerta.

El protagonista se detendría, miraría levemente la plancha de madera de la que colgaría el número trescientos cuarenta y dos y decidiría en cuestión de segundos que no le importa lo que pasa tras esa puerta, dejándola atrás.

Sonríe, tirando de la última banda, la quinta, pensando en que nadie más que él conocería el simbolismo de esos escasos... ¿Diez fotogramas? Y de la sensación que produciría estar sentado en la butaca que le asignaran el día del estreno, rodeado de gente, muchísima gente, y prensa... Escuchando los gritos... Sus gritos. A través de un Dolby Surround.

¿No sería hermoso?

Arte en estado puro.

Pequeños toques snuff encubiertos que ya ha usado alguna vez y que le dan ese toque tan especial a sus cintas: Hiper-realismo.

Termina y sin decir nada la rodea, enfrentándola al situarse justo delante de la silla y fijar el gélido e insensible azul en las brillantes córneas de la chica. Permanece en silencio segundos, sin distraer su mirada de su víctima por muy desnuda que esté. Lo que él quiere va más allá del sexo y ella se lo está dando. Se lo entrega y él inspira con profundidad. Casi cómo si se tratara de un demonio que se alimenta de su miedo. Se siente satisfecho.

Memorízame le ordena hosco, en un tono glaciar que no delata más que neutralidad total y absoluta. Robótico, inhumano, sigue mirando la tensión en la mandíbula de la chica, los lagrimales que cristalizan sus ojos, el orgullo ordenándole que no llore—. A partir de ahora me perteneces. Voy a perforar tu cerebro hasta que no puedas pasar un segundo de tu vida sin pensar en mí y mearte encima. Así que borra todas esas ideas estúpidas de tu cabeza sobre millonarios y mazmorras. Porque te vas a llevar un chasco cuando veas como funciona de verdad.

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