342. Parte 1.

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Un hombre le tiende un álbum de fotos a otro a modo de catálogo. Ambos tomando licores cualquiera, sentados en un bar cualquiera, en una avenida principal de lo que podría ser tu ciudad.

En su interior se encuentran fotografías de chicas que han sido tomadas sin su consentimiento. Todas a una clara distancia y que representan a unas muchachas de aparente edad juvenil, tranquilamente menores de edad, llevando a cabo actitudes cotidianas, totalmente ajenas a estar siendo observadas y mucho menos fotografiadas por un depredador.

Son las chicas que el proxeneta tiene en el punto de mira. Chicas perdidas, de familias disfuncionales, cuya desaparición no hará saltar alarmas y, si las hace saltar, nadie las tomará en serio. Futuras esclavas sexuales que venderá por un precio demasiado desorbitado para ser considerado decente, pero que aún no han pisado ni uno de sus escenarios y siguen con su vida sin sospechar que dos desconocidos estrechándose la mano pueden arrebatársela.

—Entonces, ¿esto cómo funciona? ¿Es esta la modelo en la que basarás la muñeca? Siendo, claro, a tamaño real, ¿no?

Tras unos minutos de ojeo intensivo, el cliente, un excéntrico coleccionista de muñecas, parece interesado en una página en particular. Y cerrando el álbum se lo devuelve al artista.

Quiero este modelo, el trescientos cuarenta y dos. No hacen falta accesorios, gracias, solo quiero la muñeca. Yo me encargo de su ropa, sus pelucas y sus complementos, así como su entorno. Lo único que quiero es a la muñeca en su caja, envuelta para regalo. Es de mí, para mí, pero me hace mucha ilusión.

Las preguntas del coleccionista hacen al proxeneta dudar por un instante. ¿Modelo? A efectos prácticos sí, en esa modelo va a basar la muñeca. Tanto, que la tallará en la mismísima piel de la modelo. Pero lo que se pregunta a raíz de esa cuestión es: ¿Sabe el excéntrico hombre lo que está comprando? ¿O cree que es una especie de artesano de muñecas hinchables?

Espera que no sea lo segundo.

O se va a llevar una enorme sorpresa.

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