Convicción

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En el cielo se libraba una feroz batalla, los ángeles; vestidos con las túnicas del color de las nubes, aureolas del color del sol y espadas con arcos tratando de hacer frente a los demonios. Seres de perturbador poder con los ojos rojos como el fuego y cuernos con el tamaño de sus pecados. Los ángeles lanzando flechas y cortando con el objetivo de salvaguardar el templo del cielo del Este.
En su interior del templo en la cámara del fondo, cerca de la estatua del Celestial se hallaban “Las esferas doradas de Trino” dos reliquias que el celestial creó para poder regalar humanidad en las personas. Siempre ocultas y protegidas por los ángeles protectores. Hasta que fueron traicionados.
Estaba ahí protegiendo aun la entrada a la cámara, con mi arco y flechas preparadas para tirar. No era diferente a ninguno de mis hermanos, salvo por el hecho de que aún no poseía las alas. Un fuerte estruendo se escuchó al otro lado del corredor. La puerta se rompió volviéndose escombros, mi maestro tratando de levantarse me observó tratando de lanzar palabras, pero aún no tenía suficiente aire. Un demonio sobrevolaba al fondo en dirección a el con una daga en la mano y una sonrisa perturbadora siento el placer de ver lo indefenso que estaba y parecía disfrutar ver la desesperación en carne propia.
-Ahora si, es tu turno de ver al Celestial- dijo aquel aterrador demonio con su daga amenazando directamente en el cuello del maestro. Sin pensarlo me abalancé directamente hacia el lanzándolo fuerte hacia el otro lado del pasillo y antes de dejarlo suspirar mis flechas atravesaron su cuerpo, haciéndolo volver al infierno.
No me daban miedo. Yo fui entrenado para esto, los ángeles tienen la misión de ser guías para el mundo, protectores y defensores del reino. No titubeara ante ellos, se sabe que nosotros tenemos alma pura, pero no nos tocamos el corazón ante ellos. Ellos no lo harían por nosotros y no puedo hacerlo otra vez.
Me acerqué lo más posible a mi maestro en socorro de él.
-Maestro…- dije ayudándolo a reincorporarse. Esta cansado, sucio y se veía en pésimas condiciones. Se escuchaba como su respiración se cortaba y entre segundos su vista se iba.
-Nick…- es momento- contesto mientras normalizaba su respiración -Ya no es seguro estar aquí, los demonios invadieron todo el lugar, solo es cuestión de tiempo para que entren en la sala y se las lleven-
-Podemos contra ellos maestro-
-No, no con lo que tenemos. Pero si hay una solución, hay un secreto que se guardó por años. Cuando tu reencarnación, el ángel Nicolas peleó con Krampus, se dio cuenta que las reliquias de Trino eran muy peligrosas para que estuvieran juntas las tres-
-Maestro… dijo… “Reliquias”- contesté sobre exaltado y sintiéndome un escalofrío recorriendo todo mi cuerpo.
-Si…- Existen tres; dos en la cámara y una en la tierra, custodiada por los mortales. Juntas el forman el “Nacimiento” un poder superior a cualquier magia y tal vez con ella podamos vencer esta batalla-
De todas las historias que contaban mis maestros o mis hermanos por años. La idea de una tercera reliquia parecía alucinante
-Nick, solo tu puedes salvarnos. Solo alguien con la luz de Nicolas puede ayudarnos. Busca la última reliquia, júntalas. Su magia te ayudará a tener un poder superior y así desterrar a los demonios-
-Nos iremos juntos- dije jalando de mi maestro, pero el hizo un tiro haciendo que volteara de forma inmediata.
-No, me quedaré con tus hermanos a pelear y darte tiempo para escapar- contestó mientras caminaba hacia la cámara.
-Pero maestro, en este momento las fuerzas oscuras son superiores, si perece …- mencioné casi susurrando mientras las imágenes de un panorama catastrófico se hacía presente en mi mente
El maestro recitaba textos sagrados mientras las puertas de oro se abrían, nunca había visto su interior. Pinturas adornaban toda la cámara, contando la historia de cómo Nicolas creo el día del nacimiento, el día en que todos celebramos como el inicio de una era de luz, dejando atrás la oscuridad. Siendo tan joven y cuando los ángeles no tenían el poder como ahora. Fue capaz de hacerle frente a Krampus un ser muchos más antiguo que él. La codicia y maldad formada, aun cuando sabíamos que era imposible que sus rencarnaciones pudieran hacernos frente las historias que se contaban de él generaban un pavor entre los de nuestra clase.
Al final estaban las esferas, era mucho más pequeñas de lo que imaginaba, como la palma de mi mano, no parecían echas de oro. Eran más bien como si la luz del sol estuviera dentro de cada una.
El maestro tomó un saco y puso ahí las reliquias mientras me seguía diciendo instrucciones.
-Nicolas sabía que en cualquier momento este día ocurriría, por eso escondió una de ellas, por eso se la dio a los mortales y por eso ningún ángel sabe dónde esta. Tienes que volar hacia el norte, pasando el perímetro de nuestro cielo y bajar. Ahí hay mortales, empieza por ahí. El mundo es grande, pero tu sabrás como hacerlo- dijo mientras me saba el saco.
Al tomarlo con mis manos podía sentir como una energía podía recorrer todo mi cuerpo, solté un suspiro y lo miré a los ojos.
-Aun no tengo alas- dije sin despegar la vista de él.
-Eso se puede arreglar- dijo mientras soltaba una risita. -Por el poder que me confirió el Celestial, yo te doy a ti Nick el resplandor angelical. Que tus alas te den la fuerza y la habilidad de no dejar caer nuestros principios-
Un resplandor invadió la habitación obligándome a cerrar los ojos. Al abrirlos mis alas blancas con plumas preciosas estaban. Siempre veía la de los demás, pero el tener unas propias me daban la fuerza e identidad de alguien completamente diferente, pero aun me sentía yo. Era extraño. Como si no cambiara, solo evolucionas. No dije ni una sola palabra, pero mi rostro reflejaba todo lo poderoso que me sentía.
-No le fallaré- dije mientras caminando de espaldas me iba.
-Y Nick…- dijo mi maestro -Nunca te dejes guiar por las apariencias-
Su voz parecía tener algo oculto en la oración, pero por los nervios no podía desentrañar el porque me lo decía.
Corrí directamente a la salida. Aun se escuchaban a los alrededores el sonar de las espadas y los gritos por todo el lugar. Llegando a la puerta quedé paralizado al ver a Krauss. Ahora se veía totalmente diferente. Sus ropas no habían cambiado, pero sus ojos estaban rojos como la sangre, no solo reflejaban un cambio en su aspecto, sino en su aura; era pesada, obscura e inquietante como esas veces cuando los mortales apagan las luces a la hora de ir a dormir y sienten que algo los observa desde las sombras. Pero sus alas ahora estaban negras y su sonrisa mostraba de lo distorsionada que estaba su mente.
-Hola Nick- dijo sin apartar su mirada de mi
- ¿Qué te…?- contesté aun asombrado por su aurea
-Evolución Nick, evolución. ¿Los cambios son buenos, cierto? -
-No si esos cambios son de alguien con la sombra de Krampus-
-Krampus, al igual que mi era un visionario. Creíamos que nosotros merecíamos algo un poco más… adecuado a nuestro trabajo. Aunque claro le faltaba visión. Pero dime ¿Para qué hacemos esto? Pasamos nuestro tiempo tratando de guiar a mortales y cuando creemos que todo esta a salvo … Boom. Alguien termina acabando todo-
- ¡No todos somos como tu ¡y no todos son como ellos, la guerra de la Navidad es la prueba de que siempre hay bondad en el mundo. A pesar de que tu ya no lo creas, todos merecen un amanecer-
-Claro, olvidaba que tu tienes la luz de Nicolas. Que patético. Con el poder que tenía podía hacer lo que yo quería, regresarnos al máximo de nuestra estirpe. Pero prefirió asesinar a Krampus. Algo que todos los mortales olvidan y ustedes ocultaban para que su estúpida fecha tuviera un propósito de esperanza y no el recuerdo de un amargo asesinato-
-Nicolas hizo lo necesario para poder mantener la paz, creando una época de luz en tiempos de sombras. Nos dio la fuerza y el propósito para seguir adelante. Siendo los guías del mundo hacia un mejor mañana. Hoy estoy aquí para poner fin a tantas perdidas de nuestros hermanos. Cuando supimos que eras la rencarnación de Krampus te dejé escapar por nuestra amistad. Pero… te prometo que no dudare en que mis flechas te atraviesen si das un paso más- dije mientras tensaba mi arco y apuntaba directo a su corazón.
-Quiero las reliquias…- dijo al desenfundar su espada.
Sus ojos de sangre miraban fijamente a mis ojos grises, ambos sabíamos perfectamente pelear. Una de nuestras muchas enseñanzas era el combate, no podría decir quien era el mejor. Pero apostaba a que yo estaba en desventaja. Hoy no es un buen día de ser un ángel en búsqueda de la luz. Solo desviaba mis ojos una pequeña fracción de segundo cada cierto momento mirando su espada. Un movimiento en falso y todo se pierde. Una opción dar el primer golpe y acabar esta guerra.
Una mano tocó mi hombro y sin voltear a ver supe quien era.
-Te daré tiempo para escapar- dijo mi maestro con una espada en mano.
-Un gusto maestro- dijo Krauss haciendo una reverencia en señal de burla.
-Lo era- dijo. El maestro se elevó dirigiéndose hacia él, sus espadas chocaron en el aire y el estruendo hizo sonar todo el salón. Una horda de demonios se aproximaba a la habitación y mientras más veía más podía sentir como mi poder bajaba.
-Ahora- gritó mi maestro con la mirada fija en las espadas.
Titubé por un segundo, pero corrí. Di media vuelta y empecé a correr, corrí y corrí lo más rápido posible. Ahora yo tenía la responsabilidad de evitar toda una catástrofe y salvar por lo que todos luchamos. Corrí hasta llegar a la entrada, se podía ver como alrededor volaban ángeles y demonios dando todo se si para salir victoriosos. Podía escuchar sus gritos y sentir el dolor. Espero poder hacer lo correcto.
Respiré hondo y en un impulso salté; en caída libre sintiendo el aire entre mi cabello y chocar en mi cara me hizo recordar lo que significa ese día en particular, 24 de Diciembre. Extendí mis alas por primera vez y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y la adrenalina me transformo. Volaba como si no existiera otra cosa que no fuera el cielo, sintiendo como si fuera superior al mundo.
- ¿A dónde? - exclamó una voz gruesa y conocida a lado de mi
-No es verdad- dije mientras volaba ahora boca arriba con el arco tensando.
Disparaba flechas y el me disparaba. Arriba, abajo, enfrente y atrás para evitar se atravesado y darme oportunidad de escapar. Sabía que en cualquier momento el me ganaría. Mi misión ahora era escapar.
-Si en verdad las quieres, tendrás que hacerme polvo- dije
-Ok, efectos colaterales- contestó. Esquivó una flecha que le lancé y vi como en cámara lenta se abalanzó sobre mí. Sin poder moverme empecé a forcejear y en un movimiento rápido Krauss sacó su espada y en corte limpio cortó mis alas.
Un dolor indescriptible se apoderó de mi cuerpo y quise gritar, pero mi dolor era tan fuerte que la voz se escapó de mi cuerpo.
La gravedad hizo sus efectos y nuevamente estaba en caída libre. A punto de perder las esferas y con ellas las esperanza de cambiar todo. Krauss soltó una risa sádica mientras ahora volaba hacia mí, extendiendo las manos para tomar el saco. Un rayo de luz me ilumino, si las tenia, aun le hacía falta otra y si las perdía al menos tenía la oportunidad de buscarlas.
Tragándome la agonía, tensé mi arco. Sabía que una al corazón lo derribaría, pero no podría hacerlo en este momento. Apunté al ojo de sangre y disparé. Un grito feroz hizo que sintiera un sentimiento de victoria. Krauss frenó su vuelo y se llevó las manos a los ojos. El retorcerse de dolor me hizo darme tiempo y con la incertidumbre si pudiera hacerlo lancé el saco hacia la nada y cerré los ojos. Mientras mi cuerpo chocaba con el suelo.

En Defensa de la AureolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora