Capítulo 7

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-Verás mi querida Elena, te gusta jugar con fuego y resulta que yo soy el mismísimo infierno. –Le quité las cosas que tenía en la mano y seguí. –Entonces hoy vamos a jugar pero tú, tú vas a perder primero. –Ella pataleaba mientras le sostenía las manos fuertemente con las mías, empecé a besarla, su agarre perdió fuerza mientras enroscaba sus piernas en mi cintura, posicionó sus manos en mis hombros e intento girarse de modo que yo quedara debajo, pero no tenía la misma fuerza así que no me moví, no iba a moverme. Entonces tomé las delgadas cintas color negro que había cogido del cajón, besé su cuello para distraerla arrebatándole un leve jadeo, empecé a atarla al respaldar la cama, -una mano-, mis manos la distraían y tocaban sus perfectos pechos, seguía besándola, -segunda mano- para cuando terminé de atarla hice presión en el amarre para tallarla más fuerte, entonces me dio una mirada de sorpresa cuando fue consciente de lo que hice.

-¡No, no, no Daniel suéltame, no puedes hacer esto! –Estaba gritando exasperada mientras jalaba los amarres en un intento por aflojarlos.

-Así que, este es tu pequeño secreto, Elena, mi hermosa Elena. ¿Qué se siente que la dominante sea sometida?

-¡Me las vas a pagar, suéltame maldita sea! –Estaba gritando mientras se retorcía.

-Elena, no digas groserías, se una buena sumisa.

-¡No soy tu puta sumisa Daniel! –Empezó a tirar de los amarres aún más, pero eso solo hacía que le dolieran más.

-Hoy sí. –Le regalé una sonrisa que prometía tantas cosas, empecé a desvestirme, entonces ella paró de forcejear de golpe y la vi morder su labio inferior -¿Te gusta lo que ves? -Me deshice de mi camisa que ya estaba desabotonada gracias a Elena pero la termine de sacar, luego los zapatos me los saque fácilmente un pie con otro, el cinturón y el pantalón. La cara de Elena me decía que disfrutaba de lo que veía pero se negaba a aceptarlo.

-Quítatelo –Yo negué con la cabeza, ella emitió una exhalación de enfado, apartando por un segundo su vista a un lado y luego regresándola a mí.

-Oh, no cariño, yo decido cuando quitármelo y deja de dar órdenes, no voy a hacer lo que me pidas –Me encogí de hombros y me acerque a ella, a su oído y le susurre:

–A menos que lo que pidas sea más, pero tienes que saberlo pedir. –Me retiré de encima de ella, tenía las piernas juntas y cerradas e intentó sentarse. Posicioné mis manos en sus hombros y acaricie la piel expuesta en su espalda haciéndola estremecer hasta llegar al pequeño nudo que sostenía el pedazo de tela en su lugar. -Sabes, amo este vestido de la misma manera en que lo odio, no me permite sentir, ver, ni acariciar nada. –Entonces de un tirón baje el vestido hasta la cintura ¡Dios!, si estás ahí, gracias por darme a tu creación más perfecta.

-Son jodidamente perfectas. –Empecé a acercarme a uno de sus perfectos montículos.

-Ni siquiera lo pienses. –Sonreí y seguí acercándome

-MIA. –Entonces envolví su pezón izquierdo con mi boca y ella arqueo su espalda al sentir la presión que ejercían mis dientes, labios y lengua en su piel arrebatándole un profundo suspiro en un intento de contener la sensación que la invadía, su respiración empezó a acelerarse, empecé a lamer cada zona paciente pero firmemente, desde la base hasta la punta mientras mi mano derecha jugaban con el otro, mis dedos índice y pulgar hacían su trabajo para luego dejar que mi palma lo envolviera, necesitaba más, pero antes de desprenderme le di un pequeño mordisco sobre su perfecta y blanca piel, haciéndola gemir por el dolor, seguramente eso dejaría una marca, hice lo mismo con el siguiente mientras ella maldecía en susurros.

La mujer que nunca conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora