La historia que más me aterró

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Verano de 1982

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Verano de 1982

Después del campamento, muchas cosas cambiaron. Santiago y yo nos volvimos aún más cercanos de lo que ya éramos. Todavía me parece asombroso que, de todas las personas a mi alrededor, él fuera el único que me escuchó sin juzgarme. Santi supo, incluso antes que yo, la respuesta a mis dudas. Hablar con él sobre los monstruos que me atormentaban me ayudó a aclarar la mente para dejar de fingir ser alguien que no era. Librándome de tener que salir con chicas que no me atraían en lo absoluto.

Necesitaba tiempo para mí mismo, y alejarme del resto del mundo me pareció una buena idea. Pero el resto del mundo incluía a Lucian, y él no estaba dispuesto a soltarme. Nuestras llamadas disminuyeron después de aquel verano; ambos habíamos ingresado a la preparatoria y nuestro tiempo libre se redujo. Además, Lucian tuvo que mudarse con su tío, y aunque para él era más fácil comunicarse, para mí se volvió casi imposible. Teníamos suerte si recibíamos noticias del otro al finalizar cada parcial. Por eso me sorprendí al recibir un mensaje suyo diciendo que me visitaría en vacaciones.

Llevaba más de una hora con la mirada fija en el gran reloj en la pared. Los dedos empezaban a sangrarme de tanto morderme las uñas, y parecía que mi pierna había cobrado vida propia, porque no paraba de moverse. «¿Y si tuvieron un accidente? No, no, los autobuses suelen retrasarse, todo está bien», me repetía.

Mi inquietud era tal que incluso mi padre empezaba a ponerse nervioso.

—Relájate —repetía—, el autobús llegará en cualquier momento.

Pero sus palabras, lejos de tranquilizarme, hicieron que se me revolviera el estómago. Papá no soportó verme de ese modo, así que tomó la sabia decisión de ir por algo de comer mientras esperábamos. ¿Podía culparme por estar tan nervioso? No, ni siquiera un poco. Llevábamos más de un año sin vernos, y me moría de ganas por tenerlo cerca otra vez.

«¿Lucian habrá cambiado?», me preguntaba a menudo. Temía que, ahora que convivía con niños ricos, vivía en una gran ciudad y se rodeaba de gente importante, el niño de sonrisas tímidas hubiera sido remplazado por alguien que no conocía. Después de todo, yo seguía siendo el mismo chico de pueblo que lo había arrastrado por toda la feria.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve en la ciudad que apenas lo recordaba. Tal vez me estaba dejando influenciar por las películas que veía con mi madre. Ella diría que estaba siendo prejuicioso, pero ¿cómo no iba a serlo? Si la vez que conocí al tío de Lucian me dio toda la impresión de ser un hombre ricachón, altivo y prepotente. Me aterraba la idea de que Lucian se estuviera convirtiendo en alguien tan mezquino como su él.

«¿Me saludaría con un apretón de manos, como si estuviera cerrando un trato? ¿Una inclinación de cabeza bastará?». Sabía que su tío le había enseñado la «manera correcta de comportarse». Una de las razones por las que casi no se comunicaba conmigo era que Lucian se había convertido en el acompañante de su tío en reuniones de trabajo. «¿Vendrá vestido un traje elegante o algo más sencillo?».

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⏰ Última actualización: Oct 04 ⏰

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