La historia comienza aquí... o no

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Primavera de 1993

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Primavera de 1993

Esta historia comienza con un escritor que tenía muchas cosas que contar, pero no podía hacerlo; con una actriz en ascenso que brillaba más que cualquier estrella, y con un actor que interpretaba tan bien su papel, que terminó sin saber quién era. Aunque, en realidad, comienza mucho tiempo atrás: con dos pequeños niños que unieron sus vidas cuando más lo necesitaban y una niña que se obligó a dejar de serlo para complacer a su familia.

Han pasado muchos años y de esos niños ya no queda casi nada, pero, de vez en cuando, me gusta recordarlos. Sobre todo en momentos como ese, cuando el cariño de aquellos recuerdos era lo único real que me quedaba. Ese día se sentía horrible y todo comenzó cuando, accidentalmente, rompí el espejo del baño.

Los fragmentos de aquel objeto rompieron la armonía del lugar con un estrepitoso ruido que incluso logró escucharse en el piso de abajo. Los encargados del hotel limpiaron el desastre y me aseguraron que no había problema. «Lo importante es que usted se encuentre bien», dijeron.

Y ese fue el segundo problema del día: ¿me encontraba realmente bien? Llevaba un par de años obligándome a creer que sí, pero en días como ese, cuando ni siquiera quería salir de la cama, me era más difícil creerme mis mentiras.

El incidente matutino me había puesto alerta; cuando me recogieron, tuve que concentrarme en contar mis pasos desde la recepción hasta el auto para ignorar las ganas de correr y encerrarme en mi habitación. El trayecto no fue mejor. Cinco respiraciones profundas fueron suficientes para disminuir la presión que crecía en mi pecho desde que abandoné la comodidad del hotel rumbo al jardín donde se llevaría a cabo la entrega de los premios literarios. Las manos me temblaban y una ligera capa de sudor me cubría la frente. Iba a vomitar, estaba seguro.

—Señor, ¿se encuentra bien?

—¡Si alguien más me llama señor voy a ponerme a llorar! —me quejé con el chofer—. ¡Ni siquiera he llegado a los treinta!

—Ya decía yo que se veía muy joven para ser escritor —respondió riendo—. No me lo tome a mal, es solo que estamos acostumbrados a traer a gente mayor a estos eventos. Me alegra saber que la escritura no va a quedar en manos de esos vejestorios.

Y era cierto, ese año se habían dado a conocer escritores fenomenales, gente que había escalado tan rápido en ese ámbito que me sorprendía tener el privilegio de ser el que entregara uno de los premios más importantes a la escritora del momento. ¡Mejor aún! Presentar mi libro ante todos ellos.

—También me alegra, después de todo, somos nosotros los que vamos a revolucionar el mundo, ¿no?

Una sonrisa amable fue lo último que recibí antes de que el chofer bajara y me abriera la puerta. Los reporteros que esperaban pacientemente en la entrada me rodearon, bloqueándome el paso.

—¡Señor Castro! ¿Cómo se siente ser uno de los escritores más esperados de la noche?

—¿Ha interactuado antes con la señorita Diana?

Entre mis líneas || Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora