Rosa chicle

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La peluca rosa chicle no fue tan malo, incluso, en el caso más extremo me atrevo a decir que le quedaba linda. Podía ver que le gustaba mucho el color, para ese tiempo ya iba conociéndolo un poco más.

El pasar toda la tarde de todos los días junto a ella ya se sentía algo cotidiano, formaba ya parte de mi día a día, aunque no me atrevía a decírselo, ella solía tomarse las cosas muy raramente.

Un día apreció vistiendo un overol azul cielo con estampados de algodones de azúcar por todos lados, con una simple camiseta blanca debajo y sus fieles zapatillas blancas. Su aspecto era ridículo como siempre, pero esta vez me podía tomar el atrevimiento de agregarle la palabra adorable al ridículo.

Como siempre tomó lugar a mi lado, pero pude notar que estaba inquieta, casi como un niño pequeño cuando algo le aburre. Lanzando un suspiró seguí pasando la hoja del libro que estaba leyendo, cuando se me ocurrió que podía llegar un momento, en el que estar aquí todos los días haciendo lo mismo, podía resultar algo tedioso para algunas personas. Para mí no, pero creo que para ella era diferente.

— ¿Quieres dar un paseo?—Pregunte guardando mi libró y tomando mi bolso—

Ella sonrió, porque claro, no podían faltar sus grandes y tontas sonrisas; y levantándose de un saltó tomo su propio bolso del suelo.

—Will, mi Will querido, pensé que nunca lo preguntarías.

Y salió liderando el caminó, como si la idea del paseo no se me hubiera ocurrido a mí sino que fue meramente idea de ella. Todo el camino a la playa no dejo de sorprenderme lo emocionada que parecía ante...todo. Le llamaba la atención toda cosa que veíamos, desde las aves que surcaban el cielo hasta el gato blanco que iba cruzando la calle.

Ella veía belleza donde yo veía cotidianidad y simpleza. Señalándome las cosas que yo solía ver cada días, con un apreció que no podía entender.

Me hizo preguntarme por primera vez de donde había salido esta chica.

Que con trajes extravagantes y pelucas de brillantes colores, abrazaba todo su alrededor de una forma tan genuina y preciosa que hacía doler mi corazón. Nunca antes había visto una persona amar algo tan simple, apreciando y atesorando algo que la mayoría de las personas desecharíamos en el menor instante.

— ¿Por qué usas pelucas?—Pregunte cuando nos sentamos frente a la orilla de la playa, el sol se estaba escondiendo ya, dejando a la vista un espectacular atardecer—

— ¿Por qué no usarlas?— Preguntó a su vez— Son bastantes coloridas, quizás alguien se sienta feliz al verlas.

—Quizás puedas producirle un cáncer visual a alguien.

Ella me dio un pequeño golpe en el brazo.

— ¿Por qué eres tan distante el mundo?

— ¿Y tú porque eres tan apegada al mundo?

Ella miro hacia el atardecer durante varios minutos sin responder, perdida en sus propios pensamientos por tanto tiempo que creí que no contestaría a mí pregunta...al menos con otra pregunta.

— ¿Me creerías si te digo que pase toda mi vida encerrada?— Ella ladeo la cabeza esperando una reacción de mi parte—

— ¿En mi cabeza? Porque déjame decirte que estoy comenzando a pensar que eres producto de mi imaginación—Dije con simpleza—

— ¿Ah, sí? —Ella sonrió— ¿Crees que soy esa parte de ti que ama todo a su alrededor? algo que tu pareces incapaz de hacer exteriormente.

—Si eso fuera así, tendría una dura charla conmigo mismo, mira que crear algo tan absurdo.

El otro golpe que me dio me lo esperaba.

—Para tu mala suerte Will, no soy parte de tu imaginación. En realidad existo, y tú tienes la increíble dicha de tener toda mi atención—Ella sin previo aviso dejo descansar su cabeza en mi hombro—Se feliz a mi lado Will.

—Soy lo suficientemente feliz sin ti a mi lado.

—Mentiroso Will, eres un gran mentiroso.

Esa fue la charla más larga que habíamos tenido hasta ahora, y era la que más quedaba sin responder. Ella era buena evadiendo preguntas y yo no era mejor.

¿Distante del mundo?

Si, lo había sido durante mucho tiempo. Ajeno a todo aquello que me rodeaba, solía enfocarme en todo menos en mí alrededor. Era algo que había comenzado a hacer desde que mi madre murió, ella era mi brillante luz y desde su partido mi mundo pasó a ser incoloro, inundando de una frialdad monocromática que muchas veces solía asustar a la gente a mí alrededor. La falta de emoción e interés por mi parte los hacía alejarse.

No había sido tan consciente de eso hasta ahora.

Cuando la veía a ella, podía ver el color en un mundo blanco y negro.

La chica de las pelucas de coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora