II

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Alexandra lloraba amargamente, en silencio, sobre el regazo de su abuelito. Se estaba muriendo. Con cada lágrima derramada se desvanecía un cuento de los que el hombre le solía contar, y con cada cuento olvidado se perdía en el limbo un pedacito de la infancia de la niña. Era una visión espantosa, ver cómo el corazón de la pequeña Alexandra se llenaba de agujeros negros que le absorbían los sueños y las ilusiones. Así que me acerqué, besé al anciano en la frente y él tuvo fuerzas para contarle un último cuento de Navidad a su nieta. El más bonito de todos. El que le hizo volver a ser una niña. Entonces se despidió y ella lo dejó marchar en paz.

Pedacitos de luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora