IV

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Estefan no probaba bocado desde hacía horas. No había asistido a la cena de Nochebuena con lo que le quedaba de familia. Se había quedado viendo como la casa se quedaba a oscuras, contemplando dos únicos regalos que jamás llegaría a entregar. “Oh… Julia… ¿Por qué tuviste que dejarnos?” era la frase que le rondaba en la cabeza desde hacía cinco meses. Un mes después el fallecimiento de Julia, Estefan había sido declarado incompetente como padre. Le habían sacado a sus hijos y probablemente no volvería a verlos. “¿Qué sentido tiene mi vida sin ella, sin ellos?” le preguntó a la ginebra de su vaso antes de engullirla de un sorbo. Ella, evidentemente no le dio una buena respuesta. Una vez instalada en su cerebro hizo de las suyas para acrecentar la desesperación de Estefan. El alcohol también acostumbra a ser enemigo de las Estrellas Fugaces. No podía permitirlo. Sobre todo porque en la lejanía oía dos vocecitas perdidas llamar a su papá. Esta vez pensaba hacer algo gordo. Abrí la ventana del salón de golpe y llamé al Viento para que me ayudara. Entre los dos hicimos tambalear todos los muebles de la sala, ante la estupefacción de Estefan. En una de esas sacudidas, un álbum cayó al suelo con un golpe seco, abriéndose justo en una página concreta, donde cuatro personas sonreían a la cámara abrazándose afectuosamente. Los ojos del hombre se llenaron de lágrimas al ver a la familia unida que habían sido. Susurró: “¿Realmente querrías esto, Julia? ¿Querrías que los niños crecieran no sólo sin madre, sino además sin padre?”. Le retransmití a Julia la pregunta y ella misma hizo volar las páginas hasta que apareció en el álbum una imagen de una mujer joven sonriendo con naturalidad y haciendo un gesto de aprobación con el dedo pulgar. Estefan miró al cielo mientras apretaba el viejo álbum contra su pecho. Cuando se quiso dar cuenta ya corría bajo la nieve con una muñeca en una mano y una caja con un castillo montable en la otra.

Pedacitos de luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora