Rumbo a Meánoích 1

9 0 0
                                    

          —Son aterradoras, ¿no? —dije mientras me cubría con los brazos por el frío.

          —Que cosa? —me preguntó Fruela, el único amigo que había hecho en lo que llevábamos de campaña, quien al igual que yo se estaba cubriendo.

          —Las montañas, no sabia que en el mundo hubieran cosas tan grandes.

          —Bueno Rodd, ya era hora de que salieras de tu monasterio y conocieras el mundo —Fruela comenzó a adelantarse ya que nos habíamos atrasado en la caminata.

          —Oye espera, debemos estar en la misma formación —Inmediatamente intenté alcanzarlo, mientras intentaba no sentirme intimidado por las montañas.

          Era cierto, eran y son realmente altas las montanas de la cordillera de Lugus, no por nada ha servido a lo largo de los siglos para separar a los reinos asvelanos con los pueblos tivanicos. Es normal que se haya establecido una frontera natural en base a esto ya que nadie se atrevería a cruzar los nevados picos ni los pocos caminos por el riesgo de avalancha o de caídas de rocas, por no decir los peligrosos animales que hay ahí. Cualquier monarca de antaño y actual diría que, amenos que haya guerra, no tendría sentido pasar por estos sitios. Y sin embargo ahí estábamos nosotros.

          Éramos un ejercito de 720 hombres, provenientes de las marcas autónomas que están en la frontera entre el Reino de Meánoích y los reinos tivanticos. Estas marcas habían sido fundadas por estos últimos por la necesidad que tenían los reinos del este para evitar una invasiones por parte de los reinos del sur. Sin embargo, por la necesidad de que los marqueses realizaran campañas militares sin tener permiso de los reyes estos se convirtieron en señores semi-independientes. Estos también actuaban como mercenarios prestando a sus hombres para complementar ejecitos o hacer favores a nobles a cambio de una recompensa. Esa es la razón por la que se nos mando a atravesar la frontera hacia el Reino de Medianoche.

          Hacía unos meses la princesa Eirian, la hija única de la "Reina de Medianoche" Wendolyne, fue secuestrada del Palacio Plateado en la capital del reino. Se había deducido rápidamente que, debido a las características del rapto, no pudo ser nadie mas que el mago real, ahora brujo. Inmediatamente se identifico a el brujo Laquerok, quien ya era conocido por las provincias por sus hechizos ilegales y sus experimentos con la magia negra. Se había formado un grupo de rescate para traer a la princesa de regreso pero las artimañas del Laquerok hacían imposible que llegaran a ella. Cuando se corrió el rumor del rapto muchos fueron los que formaron grupos para recuperar a la princesa y obtener alguna gran recompensa de la reina. Fueron nobles, religiosos, alguaciles, e incluso pobladores los que se organizaron. Sin embargo, una a una iban cayendo o muriendo a manos del malvado brujo, aunque también lograron hacerle bastante daño. Al final se refugió en un castillo abandonado cerca de la frontera de las marcas. La reina, para evitar un malentendido y que los reinos tivanticos crean que ella había reunido un ejercito para atacarlos, pidió ayuda a los marqueses.

          Todas las marcas rechazaron prestar ayuda por el miedo que infundía el hecho de enfrentarse a un brujo. Todos los territorios fronterizos rechazaron las cartas de la reina a excepción de uno: la Marca de Oltivein, en la que yo vivía. Esta estaba constituida por una ciudadela del mismo nombre y algunas aldeas, villas y pueblos. Yo era originario de el pueblo de Eskalia, un lugar frio y rodeado de arboles, muy rara vez teníamos contacto con la gente que no fuera de la ciudadela.

          Yo nací con el nombre de Roderico pero desde niño todo el mundo me ha llamado Rodd de cariño. Era realmente raro que una persona se dirigiera a mi por mi nombre completo, únicamente eran los sacerdotes de alto nivel los que me llamaban por mi nombre completo. Era el hijo bastardo de un sacerdote de la Orden de Tivaz, una orden de monjes guerreros quienes fueron formados para proteger los territorios rurales de las invasiones de los pueblos bárbaros del norte. Fui criado en el monasterio de esta orden asignada al pueblo de Eskalia, en donde me transmitieron los valores de la paz, la comprensión y el perdón, aunque principalmente me ensenaron a profesar los sacramentos de las diferentes religiones que se profesan en tivantica. Tal vez fuera por eso que fui siempre considerado una persona débil durante gran parte de mi vida, ya que intentaba llevar a la practica estas enseñanzas... aunque con malos resultados. 

          Cuando deje mi niñez no tuve mas opción que unirme a la orden, no porque me obligaran, sino porque no conocía nada mas en mi vida. Siempre fui un muchacho tímido, me daba ansiedad hablar con personas que no conocía y no disfrutaba jugando o conviviendo con otros niños. Toda mi mente estaba siempre en mis estudios, razón por la cual tampoco tuve muchos amigos ahí. Eso hizo que me alejara de la realidad, que no pudiera ver cuales eran los verdaderos colores de este mundo, no sabia que era la crueldad, el desorden, la avaricia, la arrogancia, la manipulación ni la maldad mas allá que en los libros. Aun así estos conceptos no eran raros para mi, siempre me instruyeron en combatir lo malo con bondad... o con una espada. Obligatoriamente tenia que instruirme en el uso de armas, era la principal razón por la que se había formado la orden, así que en mi juventud temprana tuve que aprender las artes del combate. Sin que se me considere un pedante, siempre fui bueno con las materias que me daban mis profesores: lógica, historia, gramática, cartografía y oratoria, pero daba mucho que desear cuando hablamos de las clases físicas. Era realmente malo con las armas, mis maestros solían enfurecerse conmigo por los incontables errores que cometía; desde no saber balancear la espada hasta tampoco saber posicionarme bien durante el combate. Una y otra vez otros estudiantes, incluso menores que yo, solían derrotarme en los combates individuales. Lo curioso es que cuando pasaron los años comencé a mejorar significativamente en esta área, por lo que, en el momento de la expedición de mi marca, yo era considerado un espadachín medianamente decente. A la edad de dieciocho años concluí mi educación básica y pase a ser sacerdote de menor rango, tenia la intención de seguir mis estudios de forma pacifica, esperando a que no haya una invasión o un saqueo al pueblo mientras yo pudiera seguir blandiendo una espada. Así fue como crecí para convertirme en un joven de tez blanca, cabello castaño oscuro, ojos de color verde y de altura promedio. No era realmente alto, pero tampoco tan bajo, simplemente era un sujeto normal. Estaba prohibido llevar barba en los monasterios, por lo cual siempre parecía que tenia una cara muy infantil con respecto a los demás jóvenes del pueblo. No solía importarme mucho mi peinado, siempre lo llevaba corto aunque no tanto como los guerreros y mis maestros. Lo tenia ondulado y en ocasiones me llegaba hasta los ojos, aunque yo tomaba eso como un indicio para cortármelo de una vez. En pocas palabras no era mas que otro joven sacerdote mas, no había nada de especial en mi.

          En cierto día de invierno, el señor de mi marca, el Marqués Argimiro de Oltivein reclutó de manera inmediata a una cantidad pequeña de jóvenes de la Orden de Tivaz, pretendía formar un ejercito ya que había respondido de manera positiva a la ayuda que había pedido la reina Wendolyne, así que yo, junto con otros siete compañeros partimos de nuestro pueblo a formar parte de la expedición para rescatar a la princesa. Los monjes guerreros tienen una función especifica en los ejércitos, además de ayudar como tropa de infantería, también tienen el deber de ayudar espiritualmente a los soldados, ayudándolos a motivarlos o a que recen a su respectiva religión y fe. En una misión tan difícil como la nuestra es normal que nuestro marques temiera que sus tropas se desmoralizaran.

          En cuanto llegue a la ciudadela y me asignaron a una centuria comencé a temer sobre nuestro objetivo, ya que soldados profesionales estaban aterrorizados con la idea de enfrentarse a un brujo, porque estos solían ser muy poderosos y podrían conjurar hechizos mortales y terribles sobre ellos. Intenté moralizarlos lo mas que pude pero yo también me sentía inseguro. Fue ahí donde conocí a Fruela, un soldado novato, ligeramente obeso, que intentaba que el miedo y la inseguridad no se notasen en el. Tenia una personalidad curiosa, ya que pareciera que fuese entusiasta pero a la vez miedoso, es ese tipo de persona que no solo intenta aparentar lo que no es, sino que auténticamente intenta cambiar sus sentimientos. Es normal, lo que mas necesitábamos era a gente que se veía segura de si misa aunque en el fondo no fuera así. En cuanto nos conocimos nos llevamos bastante bien, cosa que me sorprendió ya que yo no era de hacer amigos, puede que nuestra personalidad insegura sea la razón por la que nuestra amistad se formó tan rápidamente, aunque contrastáramos bastante en cuanto al físico. El tenia una piel mas pálida, yo tenia el cabello castaño oscuro, el era rubio, yo era bastante flaco y de estatura promedio, el era un ligeramente obeso y alto. Aunque no pareciésemos los típicos amigos, ciertamente nos habíamos llevado muy bien.

          A inicios del año nuevo nuestra expedición partió, primero salimos de la ciudadela y después de varias horas de la marca, al día siguiente habíamos divisado a lo lejos la cordillera de Lugus. El castillo en el que se refugiaba Laquerok estaba a unos 10 kilómetros de donde terminaban las faldas de las montanas, por lo que llegar ahí no debería de habernos tomado uno o dos días. Teníamos planeado cruzar por los estrechos caminos que llevan al Reino de Medianoche y llegar la mañana del segundo día al castillo, ahí preparamos todo para atacarlo. Aunque las cosas no fueron como se habían planeado.


Corazón de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora