Capítulo V: Nico

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Al principio, todo parecía ir normal.

Nico estaba desayunando una tostada de mantequilla. No solía tener mucha hambre, y de haber sido por él no hubiera comido nada, pero sabía la importancia de coger energías, sobre todo si eras un semidiós. Lo acompañaba con un vaso de leche con Cola-Cao. No era algo muy digno de alguien que daba un poco de yuyu, pero era lo que había.

Como no tenía más hermanos o hermanas (aparte de Hazel, que estaba en el Campamento Júpiter, estudiando en la Nueva Roma), la mesa donde él se sentaba, la asignada a la cabaña de Hades, estaba vacía. Miró alrededor, observando a los demás campistas sentados en sus respectivas mesas, rodeados de sus hermanos. Vio a Percy gastándole bromas a una chica sentada a su lado. Se llamaba Mireia García, y sí, era también hija de Poseidón. Tenía un pelo largo y negro como el de su hermano, pero el suyo formaba ondas parecidas a las del mar. En lo que sí se diferenciaban era en sus ojos: mientras Percy los tenía de un verde mar, los de ella eran azul marino.

Su carácter era algo imprevisible, como el mar: en general solía ser una chica tranquila y agradable, pero si se le cruzaban los cables o tenía un mal día, era mejor que no te interpusieras en su camino. Percy, por el contrario, era siempre como el mar calmado, dispuesto a llevarte a la orilla cada vez que estás a punto de ahogarte.

La chica tenía 15 años, y llegó hace uno desde España. Había sido muy duro para ella, ya que al vivir en un país en el Mar Mediterráneo, los peligros se multiplicaban por 100, así que Nico no podía culparla de si a veces tenía mal carácter.

Mientras veía cómo hablaban los dos hijos del dios del mar, se fijó en cómo se comportaba Percy con ella. Era el perfecto hermano mayor: cuidaba de ella sin ser agobiante, se contaban todos sus problemas y, lo más importante, se querían. El muchacho tenía un hermanastro, Tyson, pero era un cíclope, así que trabajaba en las fraguas con los de su especie, por lo que no podían verse muy a menudo.

Al ver a los hermanos sonriendo, Nico notó una punzada de dolor. Echaba de menos a su hermana Hazel, una chica que conoció hace unos años y que resultó ser hija de Plutón, la versión romana del dios Hades. En cuanto Nico se enteró, fue a por ella, ya que la chica se encontraba en el Inframundo por haber muerto en una explosión intentando detener a Gea antes de que la guerra contra ella comenzara. Él asumió el papel de hermano mayor, y se encariñó enseguida con ella. Ahora, la chica se encontraba en el Campamento Júpiter, por lo que la añoraba.

Pero sobre todo, echaba de menos a su difunta hermana Bianca.

Antes de que pudiera seguir con estos oscuros pensamientos, se dio cuenta de que el jaleo que había armado durante el desayuno se fue apagando hasta convertirse en un murmullo. Nico levantó la vista de su tostada, y comprendió el porqué del repentino silencio.

Había comenzado a extenderse una niebla verde que procedía de una chica llamada Rachel Elizabeth Dare, el Oráculo de Delfos. Se encontraba de pie en medio del claro donde estaban puestas las mesas de picnic donde estaban desayunando. Sus ojos, ya verdes de por sí, adquirieron esa tonalidad sobrenatural que siempre tenían cuando el espíritu del Oráculo acudía a la chica. Nico se estremeció, temeroso de lo que iba a pasar a continuación.

Rachel abrió la boca, y de ella salieron unas palabras con una voz fantasmagórica:

La hija de Apolo está en la ciudad angelical.
Los habitantes del océano sin duda se alzarán.
El Rey del Inframundo no deberá tardar.
Y una batalla que sangre derramará.

Cuando terminó, la chica se desmayó.

Rápidamente, los hijos de Apolo, que tenían la capacidad de curar a los heridos o enfermos mediante ungüentos o cánticos mágicos, corrieron a socorrerla.

La Hija de ApoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora