«Mierda».
Eso fue lo primero que pensó Bianca al ver que la señorita Gorfoth abría la puerta de su escondite.
—¿Qué hace aquí, señorita Hayles? ¿No sabe que no puede estar aquí?
Pues claro que la joven lo sabía. Por eso mismo estaba allí: pensaba que, al estar prohibido entrar en la sala de máquinas, nadie se le ocurriría entrar allí y descubrirla.
—Eh, sí, pero...
—¡No me repliques! ¡Ve a clase inmediatamente!
—Sí, señorita Gorfoth.
Mientras pasaba a su lado, no pudo evitar echarle una mirada de reojo. Era una mujer de mediana edad, bajita y menuda. Su rostro era pálido, con ojos verdosos y nariz aguileña. Tenía una mueca de desprecio total. Su pelo era negro y demasiado corto. No le sentaba nada bien. A veces, pensaba que era un auténtico monstruo. Siempre con esa desagradable forma de ser, como si el aire que respiráramos los demás estuviera contaminado o simplemente lo estuviéramos desperdiciando.
De todas formas, no quería pensar mucho en ella. Ya tenía suficientes pesadillas.
A la vez que recorría el pasillo hacia su clase de Biología, pensaba en cómo podría haber descubierto la señorita Gorfoth dónde estaba escondida. Usaba ese escondite cuando no quería dar clase, que era durante las seis horas que pasaba en el Instituto, debido a que sufría dislexia y THDA, lo cual era un infierno para ella. Aparte de todo eso, era una chica muy reservada: no hablaba con nadie, y siempre trataba de no chocarse con tontas animadoras, muy populares en el Instituto, y muchísimo menos con chicos que iban hasta arriba de testosterona. Sabía que era guapa, se lo habían dicho: tenía un cabello castaño claro largo y ondulado, que a la luz del sol era casi rubio, y suave. Sus ojos eran grandes y muy oscuros, y resaltaban sobre su pálida tez.
A pesar de todo eso, a ella le daba igual si era guapa o si era fea. Nadie se solía fijar en ella.
Cuando ya estaba a sólo unos pocos pasos de llegar a la clase, el milagroso timbre que marcaba el fin de las clases sonó, sacándole de su ensimismamiento. Al ver tanto bullicio, se acordó de repente que era el último día de clase: las vacaciones de verano habían empezado. Corriendo, fue a su butaca, recogió sus cosas y fue directa a su casa.
Podría coger un autobús, pero como su casa no estaba muy lejos, le gustaba andar y ver el paisaje que le ofrecía Los Ángeles, donde ella vivía. Hacía calor, pero a ella no le importaba. Además, esa tarde tenía clase de tiro con arco, lo cual le encantaba. Y había que admitir que era bastante buena.
En verdad, siempre había sido buena en los deportes que requerían puntería, como baloncesto y tiro con arco. Nunca había estado en un equipo de baloncesto, pero había practicado con el arco desde que tenía 10 años. Y ahora ya era toda una adolescente de 16 años. Su instructor era algo peculiar: era un tipo un tanto gordo muy, muy bajito, con pelo largo y blanco recogido en una coletilla. Su barba, también blanca, estaba algo descuidada, pero lo que más le llamaba la atención era sus impresionantes ojos azules, del color del mismísimo cielo. Se llamaba John Maverick, aunque todos le llamaban Johnny.
Mientras iba pensando, llegó a su casa. Era muy espaciosa y lujosa, ya que su familia tenía dinero (pero ella nunca había sido la típica niñita de papá. Con tan sólo pensarlo, ya le daba asco). Como ya esperaba, no se encontró con nadie. Su madre, Samantha Hayles, era una importante mujer de negocios, y tenía mucho trabajo. Su padre era militar, y murió antes de que ella naciera en la guerra de Kosovo. Además, no tenía hermanos.
Así, miró en la nevera y vio que había un poco de pasta que sobró el otro día. La calentó y se dirigió al sofá. Se puso cómoda y empezó a comer, con la sola compañía del hombre que daba las noticias en la tele.
***
Cuando se despertó de su siesta, quiso recordar el momento en el que se había quedado dormida. Vio que tenía puesto uno de esos aburridos documentales sobre África, y lo comprendió todo. De todas formas, llegaba realmente tarde a su clase de tiro con arco, por lo que rápidamente se puso una camiseta de su grupo favorito, Queen, pantalones cortos y unas deportivas. Después, se miró en el espejo, y vio que su largo cabello estaba bastante despeinado, por lo que se hizo una trenza en un visto y no visto y se fue al polideportivo donde daban las clases de arco.
Pero no sabía que alguien la estaba siguiendo.
Hola! En el otro capítulo no tenía idea de nada y no puse nada sobre mí, pero me llamo Lorena y esta es una historia que siempre he tenido en la cabeza. Soy MUY nueva en esto, así que lo siento si algo está mal o los capítulos son demasiado cortos.
No voy a extenderme, si eso en el próximo cap. escribiré más sobre mí:DEspero que os guste
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La Hija de Apolo
FanfictionBianca Hayles es una chica de 16 años aparentemente normal. Pero cuando un tal Nico di Angelo aparece en su vida y le dice que es una poderosa semidiosa que juega un papel importante en el futuro del Olimpo, todo su mundo se vuelve patas arriba. Una...