Capítulo I: Nico

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Era un día aparentemente normal en el Campamento Mestizo. Un tímido rayo de luz se filtraba por una de las ventanas de la Cabaña de Hades. Era principios de verano, pero hacía un poco de frío. El cielo estaba completamente despejado, lo que auguraba que iba a hacer un día fantástico.

Por desgracia, el muchacho que se encontraba desperezándose encima de la cama no pensaba igual. Para él, todos los días eran igual de aburridos. Ser hijo del dios del Inframundo era lo que tenía: a la gente no le gustaba estar cerca suya. Además, el hecho de ser el Rey de los Fantasmas y esa fragancia a eau de la Muerte no ayudaban mucho.

Con un gran esfuerzo, se levantó de la cama. Miró a su alrededor, esperando a que los ojos se le acostumbraran a la luz que había en la cabaña. Por suerte, no tenía más hermanos, por lo que vivir solo era un beneficio. El chico no creía que fuera capaz de compartir ese espacio con más gente.

Así, fue a lavarse la cara, y se quedó mirando un momento su reflejo en el espejo. Tenía el pelo negro todo enmarañado, y necesitaba un buen corte, ya que los mechones le caían sobre la frente y le molestaban para ver. Los ojos, ya oscuros de por sí, destacaban sobre sus habituales ojeras, que a su vez resaltaban sobre su pálida piel. Era todo un conjunto de luces y sombras a su manera.

«Tienes ya 17 años y sigues igual que hace 3, Di Angelo», pensó. Aunque no era del todo cierto. Había crecido bastante, y, aunque seguía siendo delgado, sus músculos estaban bien definidos después de tanto entrenar con su espada.

Con un suspiro, se retiró del espejo y fue al armario a coger sus oscuras ropas para cambiarse el pijama y empezar otro día normal en el Campamento Mestizo.

Pero no sabía lo equivocado que estaba.

La Hija de ApoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora