Capitulo 7

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Los primeros paquetes llegaron con el reparto del correo de Halloween: enormes cajas de cartón, algunas de las cuales llevaban impresas elegantes etiquetas de tiendas caras, unas cuantas con direcciones de Nueva York y París. La de Patrice venía de Milán.

—Lila. ¿No crees que es un color precioso? —El papel de tisú crujió al sacar el vestido para el Baile de otoño. Patrice se puso la tela de seda de color claro sobre el cuerpo, supuestamente para que yo viera cómo le quedaba, aunque lo que en realidad le apetecía era estrecharlo contra ella—. Sé que ahora mismo no está de moda, pero lo adoro.

—Vas a estar guapísima. —Era fácil adivinar que ese color casaría a la perfección con su tono de piel—. Debes de haber ido a cientos de fiestas como esta.

Patrice fingió modestia.

—Ah, con el tiempo todas parecen iguales. ¿Será tu primer baile?

—Celebraron un par en mi antiguo colegio —dije, sin mencionar que se hicieron en el gimnasio y que de la música se encargó el friqui de audiovisuales, quien se dedicó a poner sus mezclas cutres.

Patrice no habría sabido de qué le hablaba, y habría entendido menos aún el hecho de que yo me pasara ambos bailes de pie como un pasmarote, apoyada contra una pared, o escondida en el lavabo de las chicas.

—Bueno, pues te vas a llevar una sorpresa muy agradable. Ya no se celebran bailes como estos. Son mágicos, Bianca, de verdad.
Se le iluminó el rostro al pensar en ello y deseé poder compartir su emoción.

Las dos semanas que transcurrieron entre la invitación de Balthazar y el baile fueron muy confusas a causa del torbellino de emociones que me lanzaba en direcciones opuestas cada dos por tres. Tan pronto estaba con mi madre mirando vestidos en un catálogo para elegir el que más me gustara, como horas después empezaba a echar tanto de menos a Lucas que apenas podía respirar. Balthazar me sonrió para darme ánimos durante una de las clases interrogatorio de la señora Bethany, y solo pensar en la magnífica persona que era hizo que me embargara una oleada de culpabilidad porque creí estar dándole falsas esperanzas. No es que él se hubiera arrodillado delante de mí y me hubiera prometido amor eterno, pero estaba convencida de que esperaba de mí algo más profundo de lo que yo sentía por él.

De noche, tumbada en la cama, imaginaba que Balthazar me besaba y me sujetaba la cara entre sus manos. No significaba nada, podría haber estado recordando una escena de una película. Luego, a medida que me adormecía y mis pensamientos empezaban a divagar, las fantasías cambiaban. Los ojos oscuros que tenía clavados en mí se volvían de color verde bosque y era Lucas quien estaba conmigo, sus labios sobre los míos. Nunca había besado a nadie, pero conseguía imaginarlo con claridad meridiana mientras me revolvía inquieta bajo las sábanas. Mi cuerpo parecía mucho más experto que yo. Se me aceleraba el corazón, notaba las mejillas encendidas por el calor y había veces que apenas conseguía dormir. Las fantasías con Lucas eran mejores que cualquier sueño.

Me dije que no podía seguir así. Iba a asistir al Baile de otoño con el chico más guapo de toda la escuela. Era lo único realmente bueno que me había ocurrido hasta el momento en la Academia Medianoche y quería disfrutarlo. Sin embargo, por mucho que me lo repitiera, en realidad nunca conseguía llegar a convencerme de que el baile fuera a alegrarme la vida.

Sin embargo, todo cambió cuando me puse el vestido la noche del baile.

—He metido un poco la cintura. —Mi madre llevaba una cinta métrica colgada del cuello y unos cuantos alfileres prendidos en los puños de la camisa. Sabía coser cualquier prenda que se te pasara por la cabeza, en realidad era una artista de la aguja, y me había modificado el vestido comprado por catálogo. Sin embargo, no había manera de que hiciera lo mismo con los uniformes. Se escudaba en la excusa de que no tenía tiempo y acabó sugiriéndome que aprendiera a coser, aunque sin éxito. Mi madre no era amante de las máquinas de coser, y yo no me imaginaba pasándome las tardes libres de los domingos aprendiendo a usar el dedal—. También he bajado un poco el cuello.

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