Balería

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Era sábado por la mañana, los pájaros cantaban y yo me sentía feliz. Esta tarde, sobre las 18:30, Cloe vendría a mi casa y por fin le presentaría a mis padres, yo ya conocía al señor Freixes, pero era diferente, porque él era nuestro profesor y además el director del instituto.

Perfume toda la casa, la ordene, me duche para oler bien y por ultimo me vestí con mi mejor modelito, hacía mucho tiempo que no estaba tan activa desde la muerte de Sabina.

- Ay, hija, ¿echaste perfume por toda la casa?, me está destrozando las fosas nasales.

Mi padre siempre decía que todo le destrozaba las fosas nasales, pero no era culpa mía que tuviera olfato de perro.

- Si, es que quiero que todo sea perfecto para cuando venga Cloe, ¿me queda bien la falda con esta camiseta? 

- Claro, sabes que el negro combina con todo, a parte siempre te ves guapa te pongas lo que te pongas.

Mamá apareció gritando desde el salón que unos gnomos le habían arreglado la casa.

- Erika no han ordenado la casa muchos gnomos, solo una. –bromeo mi padre.

- ¡Papá!

- Ay, cariño, deja a tu hija –dijo mi madre- ¿A qué se debe tanto perfume y tanto orden, Balería?

- Hoy viene Cloe, ¿no te acuerdas?

- Por dios, aún quedan horas para eso, ni siquiera hemos comido.

- Siempre dices que cuanto antes se hagan las cosas mejor.

- Erika, deja a tu hija, ¿o me vas a decir ahora que nunca te has enamorado?

- Nunca, Mateo, nunca.

Mi padre puso cara de decepción intentando no reírse, mi madre escondió su sonrisa detrás de una de sus manos, nos quedamos un buen rato en silencio intentando no reír, parecía que hasta se había convertido en una competición, entonces mis padres se fueron lentamente y yo aproveche para reírme a carcajadas.

- ¡JA! Has perdido. –grito mi padre desde el pasillo.

Poco tiempo después mis padres me llamaron para comer. Comí bacalao con patatas, estaba delicioso, habían cocinado esta comida ya que hoy era un día especial para mí y este era mi plato favorito.

- Me alegra verte feliz después de que Sabina se suicidara. –soltó de repente mi madre.

Intentaba no pensar mucho en ello, hacer como si no pasara nada era lo mejor que podía haber hecho, o eso creía, hasta que mi madre lo dijo en alto, si ella lo decía se convertía en realidad, y eso era malo para mí.

Mis ojos se empezaron a llenar de lágrimas, intentaba no llorar, pero era imposible.

- Erika, habíamos hablado de que no sacaríamos el tema por el bien de nuestra hija, con el buen rato que estábamos pasando. –replicó mi padre.

- Lo siento, Balería. –se disculpó mi madre.

Mire hacia ella, como podía disculparse de una forma tan sosa después de recordar lo que más me dolía. Pensaba discutir, pero no serviría de nada, baje la mirada y seguí comiendo lentamente hasta terminar y volver a mi habitación sin decir nada.

Estuve llorando un buen rato hasta que mi padre llamó a la puerta.

- Princesa, ¿puedo pasar?

- Como quieras.

Se sentó al lado de mi en la cama y empezó a acariciar mi pelo.

- Escucha, sabes que tu madre no quería hacerte daño, ya le he dicho que no puede ser así, seguro que no pensó antes de hablar, a parte, yo también estoy enfadado, ¿sabes lo difícil que es hacerte reír?, y ahora que lo había conseguido mamá lo fastidia, pero ya no la invitamos a nuestro cumpleaños, así seguro que aprende la lección.

La cara de un asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora