Franco

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La madre de Tomás parecía nerviosa, la bandeja que traía estaba tirada en el suelo junto a los pequeños sándwiches, mi amigo sujetaba el pomo de la puerta todavía, esperando la respuesta de Helena.

- ¿Mamá? –insistió Tomás.

- Si si, todo bien, os venía a traer la merienda y se me cayó todo…

Ana se levantó de la cama y recogió toda la comida del suelo.

- Gracias hija, déjame, ya los llevo yo de vuelta a la cocina.

Me daba pena esa mujer, tendría que tirar toda esa comida, que, a mí, sin duda, me habría dado igual comérmela. Cerró la puerta y los mellizos volvieron a su respectivo sitio. Cuando parece que por fin iban a comenzar a hablar, Ana, se vuelve a levantar repentinamente, decidida, abre la puerta de golpe. Helena tenía una expresión que no podría saber con certeza si su trataba de sorpresa, miedo o confusión.

- Mamá, ¿Qué haces en la puerta aun? –preguntó extrañado Tomás.

- Yo…

- Siempre te digo que no te quedes escuchando detrás de la puerta, ¿Me harás caso algún día? –dijo enfadada Ana.

- Oye, que soy tu madre, no me hables así.
 
- Cuando tu no escuches las conversaciones ajenas. –finalizó Ana.

La madre de los chicos miro con furia a Ana y se fue, la chica, antes de cerrar la puerta, la siguió con la mirada hasta que Helena llego a la cocina.

- Bueno, Tomás, - dijo Ana- ahora que se ha ido puedes empezar a hablar.

Cuando el chico comenzó a hablar no pude evitar observar a Ana, era una chica habladora, pero en cambio, ahora, su boca estaba sellada, parecía querer decir algo más, aportar o añadir alguna que otra cosa, pero se mantenía en silencio. 

Mientras Tomás hablaba, noté como las lágrimas empezaban a llenar mis ojos hasta en punto de ver borroso, tuve que quitarme mis gafas de montura gris para secarme con la manga de mi chaqueta.

Balería, la que había sido mi mejor amiga durante mucho tiempo, ahora, solo podía verla en mis recuerdos. Lo que más me dolía era que ni siquiera pude despedirme. Bien es cierto que no hablábamos desde verano, pero eso lo hacía aún más insoportable.

Me gire hacia Irina, no decía nada, creo que tampoco podría, nunca había hablado con ella.

En cambio, Pablo, hacía preguntas de todo tipo, ni siquiera hice caso a lo que decía, Tomás se limitaba a responder. 

Ana, seguía callada, como si estuviera pensando, tal vez supiera algo más, o escondía algún secreto, no le di más vueltas, ella era mi amiga, si le pasara algo nos lo diría, ¿no?

Finalmente volví a mi casa, me fui yo solo, mi madre me esperaba, no tenía tiempo para planes y tonterías de Tom.

Entre a casa, todo estaba silencioso, eso siempre era buena señal.

Observe a mi padre tirado en el sofá, era tan gordo que casi no cabía, se notaba que los cojines se hundían por su peso. Desprendía un olor a alcohol repugnante.

- Viejo alcohólico de mierda – susurre de modo que no pudiera despertarlo.

Fui a mi habitación silenciosamente y dejé la mochila junto mi escritorio.

Iba a tumbarme en mi cama, cuando me di cuenta de que ninguna voz femenina cansada, pero agradable, me recibía como de costumbre. Preocupado fui hasta la habitación de mis padres.

- ¿Mamá?

Un bulto en la cama se movía lentamente, parecía que quería contestar, pero solo conseguía emitir sonidos propios de un animal moribundo. Me acerque rápidamente, había sangre por las sabanas, mi madre tenía un corte en la cara y sus brazos estaban llenos de moratones.

La cara de un asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora