Iñigo

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Cuando los chicos se fueron fui a la habitación de mi hija.

- Cloe, ¿tú sabes por qué han venido Ana y su amigo?, me han dicho que venían a coger una cosa que se les olvido ayer.

- Supongo que vendrían a por la cámara de la que me avisaste.

- Ah, hija, no sé en que líos te metes como para que te quieran poner una cámara.

- En ninguno, solo que esos retrasados piensan que yo maté a Sabina.

- No lo has hecho, ¿verdad?

- Claro que no, papá, si se ha suicidado.

- Ya…

- Si no te fías de tu propia hija, no entiendo por qué intentas si quiera hablar conmigo.

- Sí que me fio, Cloe.

- No lo parece.

Salí de su habitación, no la quería molestar más, debería de creer a mi hija, pero desde que murió María, su madre, hacía cosas fuera de control, esa etapa pensaba que ya se le había pasado, pero con esto no sabía que creer. 

Cogí mi teléfono y llamé a Helena.

- Hola, Iñigo, ¿Qué tal?

- Bien, una pregunta, has escuchado hablar a tus hijos de algo de una cámara.

- Si, hoy estaban en el salón con sus amigos, estaban viendo el móvil, estuvieron así durante un tiempo, después escuche a Tomás llamar alguien, diciendo que habían apagado una cámara o algo así.

- Sí, creo que estaba llamando a tu hija, ella estaba en mi casa, ¿y ayer no escuchaste nada?

- Creo que no, bueno, ayer, yendo a tu casa, mi hijo le pregunto a su amigo si había traído cámaras, creo que es Pablo, el hijo de Cristina, ¿sabes?

- Si, se quién es, es limpiadora en el instituto, es un chico de buenas notas, bastante educado, no sé qué andan a planear, pero espero que sea algo inofensivo.

- ¿Por qué me preguntas lo de las cámaras y que dices de un plan?

- Es verdad, perdón Helena, pensaba que te lo había dicho, tus hijos y sus amigos creen que m hija mató a Sabina, la chica de la que te había hablado, la que se suicidó.

- No creo que Cloe hiciera eso, si me entero de algo que digan Tom y Ana te aviso.

- Vale, muchas gracias por todo Helena.

- No es nada, te quiero, chao.

- Y yo, chao.

Colgué el teléfono y me puse a hacer la cena, luego, me fui a dormir, no había visto a Cloe desde que discutimos, pero no quería ir a su habitación a molestarla. En seguida me quedé dormido.

Al día siguiente cuando me desperté ya era hora de comer, mi hija había hecho pasta para los dos, así que me senté con ella en la mesa, Cloe hacía la mejor pasta que había probado, por eso normalmente ella era la que la hacía.

Después de comer adelante trabajo del instituto y me puse una serie en Netflix. Sobre las 6:30 Cloe vino al salón.

- Papá, ¿me puedes llevar en coche hasta casa de Balería?

- Sí, claro, prepárate ya, te llevo cuando acabe este capítulo, le quedan cinco minutos. 

- Vale, gracias. 

Cuando termine me mire al espejo para verificar que no tenía ninguna mancha de comida en mi vestuario. 

Nos subimos al coche y fuimos hasta casa de Balería, sabía que mi hija estaba feliz, notaba una sonrisa que discretamente de dibujaba en su pálida cara que tanto me recordaba a mi difunta esposa.

La dejé en la puerta de la casa.

- Papá, si quieres, puedes venir…

- Oh, por su puesto, Cloe, así conoceré a los padres de tu novia.

Era la primera vez que aceptaba en voz alta que mi hija tenia a una chica como pareja, al principio eso se me hacía raro, sabía que no era nada malo, pero para mí, siempre fue difícil de aceptar. Ella lo sabe, por eso, me sonrió indiscretamente.

Realmente ya conocía a los padres de Balería, vinieron varias veces a hablar conmigo en el instituto, pero haría lo que fuera por ver a mi hija feliz.

Subimos por las escaleras ya que vivían en el primer piso y no nos cansaríamos mucho, timbramos a su puerta, 1ºB, sonó una melodía que era particularmente relajante. Abrio su madre, con la cara mojada y roja, de tanto llorar.

- Señora Gómez, ¿está bien? –dije yo un poco preocupado.

- Mi… Mi hija… Ye ha suicidado… Yo… Yo…

En ese momento Erika rompió a llorar aún más, mi hija entro y fue hasta la habitación de Balería, yo me limite a seguirla.

El cuerpo sin vida de la chica estaba tirado en el suelo, con una cuerda alrededor del cuello,  su padre lloraba desconsoladamente agachado junto a ella, mientras llamaba a la policía.

Recordé cuando Vanessa, la madre de Cloe, se había suicidado de la misma manera que esta chica, la encontré yo, en nuestra habitación, con una soga al cuello, me quedé petrificado, no sabía qué hacer, no pude parar a mi hija cuando se acercó al cadáver de su madre y luego se acercó a mí, recuerdo como la abracé, al apartarme le dije que todo estaría bien, que saldríamos a delante, pensé que ella lloraría, pero me dedico una sonrisa y me dijo: “Estoy segura de que todo saldrá bien, papá, no llores por los muertos, ellos no sufren, preocúpate más por los vivos”, tenía diez años cuando paso eso, desde entonces su rostro siempre mostraba indiferencia.

Cloe se agacho junto Mateo y le dijo: “Señor, sé que no nos conocíamos, yo quería mucho a tu hija, ¿sabe qué?, ella me dijo una vez que cuando muriera rencarnaría en una estrella, y confió en lo que Balería decía”. El padre de la chica se levantó y se asomó a la ventana mirando al cielo, las lágrimas le caían por la cara. Mire a mi hija, una lagrima le caía por su mejilla, pero no sonrío, ahora no necesitaba convencer a nadie de que todo estaría bien, simplemente siguió con su expresión de siempre. 

Cuando la policía se llevó el cuerpo para investigar si había algo raro, nosotros nos fuimos, la madre de Balería le dio una nota a Cloe, parecía una carta de suicidio.

- ¿No se la quiere quedar usted? –dijo Cloe.

- No, ella escribió cosas para ti también.

- Vale, les vendré a visitar y os la devolveré.

Volvimos a casa sin decir una palabra, los dos nos acostamos pronto, ni siquiera cenamos, no teníamos ganas de hacerlo después de lo que había pasado. 

Escuche, por la noche, llorar a mi hija, solo pude pensar en lo fuerte que era, y ahí es cuando la entendí, ella hacía ver a las personas que todo no era tan malo, si ella no lloraba tranquilizaba a la gente, y cuando nadie la veía, cuando no podía preocupar a nadie, es cuando las lágrimas empapaban su cojín. 

Pronto me quede dormido, como me había dicho mi hija, era mejor preocuparse por los vivos, y ahora me tocaba a mi cuidar de ella.

La cara de un asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora