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Cuando era pequeño, su madre se había encargado de mostrarle cual era el camino más seguro y rápido para ir a la escuela. Ella le había dicho que eran solamente quince minutos de un punto a otro, y razón no le faltaba, pues después de la hora en que todos se disponían a volver a casa, siempre llegaba a la misma hora, además de que, como no acostumbraba esperar a nadie ya que ninguno de sus amigos vivía por la zona ni solía distraerse con los alrededores como los demás niños, quienes disfrutaban salirse del camino marcado solamente para trepar los árboles o correr sobre el césped jugando a las traes, llegaba incluso algunos minutos antes de la hora habitual.

Aquello no le molestaba, de hecho, le agradaba poder llegar antes para ver el comienzo de sus caricaturas y así comprender el final, lo cual terminó por formar parte de su rutina diaria.

Alistarse para salir de casa, llegar a la escuela, prestar atención a cada una de las clases, comer algo en el receso para no perder la energía y que le ganase el sueño, volver a casa para hacer los deberes, aprovechar el tiempo libre antes de volver a tener que tomar su notas, dormir y repetir. No había hueco para nada más ni tenía porque haberlo, porque estaba bien como estaba y así planeaba seguir hasta que el tiempo le obligara a realizar algunos cambios.

—Ya me voy — avisó a su madre desde la puerta y no espero respuesta antes de salir, acomodando los tirantes de su mochila sobre sus hombros a medida que avanzaba.

Por las mañanas siempre era silencioso, relajante. El viento creaba un suave vaivén que hacía bailar a las hojas de los árboles hasta que tocaban el suelo y los cálidos rayos de sol que lograban colarse por entre las ramas que cubrían desde lo alto el camino a veces le hacían querer tumbarse sobre el césped para dormir, pero todas esas veces se encargó de borrar aquella idea antes de que sus pies tomarán una ruta diferente a la memorizada.

Aunque tal vez hubiera sido buena idea hacerse a un lado para evitar el golpe que sufrió en la cabeza por parte de lo que parecía ser una pequeña rama.

—¿Pero qué...? — Paso sus manos con cierta brusquedad sobre la zona que ahora le dolía mientras revolvia sus mechones y pudo escuchar una risa bastante peculiar a lo lejos.

Lo busco, aunque no había muchos lugares donde ocultarse, y al no verlo, fruncio el ceño. Al parecer había sido el objestivo de algún compañero travieso con demasiado tiempo libre. Arrojó la rama a un lado del camino con una patada y cuando volvió a separar uno de sus pies del suelo, pudo escuchar nuevamente aquella risa nasal. Trato de prestar más atención para saber de donde provenía y creyó estar loco cuando la desagradable melodía lo llevo a alzar la vista.

—Ostlas — exclamó el pequeño de hebras rojizas cuando sintió sus intensos ojos esmeralda sobre él.

—¿Qué es lo que haces ahí arriba? — preguntó, avanzando unos pasos para darle la espalda al sol y así poder verle bien, dándose cuenta recién que aquel niño se sujetaba a una rama con brazos y piernas como si temiera caerse.

A sus ojos era como un gato que se dejó llevar por la curiosidad.

—Que cojones te impolta — respondió con hostilidad, sacándole la lengua aún cuando los temblores no lo dejaban ni moverse.

No parecía que hubiese hecho lo de la rama a propósito, más bien parecía un accidente causado por su mala suerte, así que, después de verle tratando de lucir rudo pese a la situación, deseó ayudarle e iba a hacerlo, sólo esperaba que no fuera de los gatos que te hacen daño después de ayudarlos.

—Ahora subo y te ayudo a bajar, ¿vale? — Le informó, saliendo del camino para dejar su mochila a un lado y subir por el tronco hasta donde estaba.

—No necesito tu ayuda — reprochó en un murmullo, haciéndole rodar los ojos.

—Entonces... eh, tu dime, ¿quieres que te deje ahí arriba? — Se cruzó de brazos esperando respuesta. Ya se encontraba junto al tronco de aquel árbol así que le resultaba imposible verle como le gustaría, pero aún así, algo le decía que lo más probable era que aquel chico de acento estuviera maldiciéndole entre dientes.

—No...— susurró contra la madera bajo él, lo suficientemente alto como para que le escuchara, provocándole una pequeña sonrisa que no pudo ni quiso evitar.

La rama de la que se había sujetado con tanto esmero no era delgada así que pudo soportar su peso una vez se sentó detrás del pelirrojo. Tocó con suavidad su espalda, tratando de brindarle algo de tranquilidad a su tenso cuerpo, pero sólo le hizo tensarse más.

—¡No me toque', eh, malicón! — gritó, separando por primera vez sus manos de la madera para golpear hacía atrás, tratando de darle un manotazo.

—Vale, vale — Se resignó, sabiendo la dificultad que le traería ayudarle a bajar sin tocarlo, pero al final lo consiguió, no parando de repetirle que debía moverse hacía atrás para poder bajar mientras le decía donde poner sus pies y manos.

Tardaron más de diez minutos en tocar de nuevo el suelo, exhaustos como si acabarán de correr un maratón y con la ropa un poco sucia.

—Ahora me vas a decir...— pronunció entre suspiros mientras tomaba su mochila del suelo— ¿cómo es que terminaste allí arriba? — El de ojos ligeramente rasgados le miro con desconfianza, dudando aún después de todo lo que había hecho para ayudarle de si debía decirle o no.

—'Taba pelsiguiendo un gatito...— confesó con suavidad— pelo el cablonazo salto a otla rama y lo peldí de vi'ta — narró con un tono de voz más elevado y en sus ojos podía verse que estaba reviviendo el momento.

—Bueno... creo que ya debo irme. Hasta luego — Se despidió, limpiando el polvo de su uniforme antes de empezar a caminar con rapidez pues ya se le había hecho tarde.

—¡Espela! — Frenó en seco al escucharle y sintió su mano sobre su hombro una vez lo tuvo al lado. Que raro, ¿él si podía tocarle?— ¿puedo il contigo?

Esa era la primera vez que se lo pedían y creyó que cuando alguien lo hiciera estaría preparado para decir que no, pero las negativa se quedó en su garganta sin ganas de salir y siendo reemplazada por un asentimiento tan suave como dudoso. ¿Por qué había aceptado? De entre todas las personas, de entre todos con los que alguna vez se cruzó, ¿por qué tenía que ser justo él? Un extranjero hiperactivo que acababa de llegar y ya había hecho un montón de amigos iguales a él, un niño menor que él que le hacía desviar su camino para forzarle a ayudarle con sus travesuras y él culpable de que ahora no alcanzará ni a ver los créditos de sus caricaturas.

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|↻| 𝐓𝐈𝐄𝐌𝐏𝐎 || 𝐅𝐈𝐍𝐀𝐋𝐈𝐙𝐀𝐃𝐎 |↻|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora