[ Extra ]

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Bajo del auto con una suave sonrisa elevando sus comisuras al sentir el agradable viento con aroma a nostalgia que le había golpeado apenas regresar, cerró la puerta tras de sí y pago al conductor a través de la ventanilla del copiloto, murmurando un respetuoso gracias antes de dar un paso atrás para permitirle alejarse, y una vez lo perdió de vista en una esquina, dirigió su atención a la entrada de su hogar.

Estaba de vuelta tras cuatro años y medio de no pisar el pueblo que le había visto crecer. Tal vez habría sido agradable para sus padres o incluso para él ir de visita los fines de semana o pasar en casa las vacaciones, pero se había restringido a sí mismo por su falta de confianza, porque de haber regresado por cualquier motivo se habría negado a irse de nuevo.

Su maleta estaba a su lado, con más cosas de las que se había llevado, pero por alguna razón no podía tomarla y avanzar. Quería ver a su madre, que seguro no le soltaría durante horas por el daño que le había provocado su ausencia, y también a su padre, quien por muy duro que quisiera actuar seguro había pasado noches viendo en silencio el álbum familiar, pero por mucho que le costará admitirlo en voz alta e incluso en su propio pensar, no eran a los primeros que quería ver.

Comenzó a avanzar pero sólo para dejar su maleta cerca de la entrada, rogando que siguiera ahí al regresar, y decidió obedecer la exigencia de su cuerpo entero. Necesitaba ver a ese al que le había llorado noches enteras en la soledad de su habitación, ansiaba sentir su cuerpo tan cerca del suyo que tuviera que preguntarse donde empezaba uno y terminaba el otro, lo anhelaba tanto que de un momento a otro ya se encontraba corriendo rumbo al que esperaba siguiera siendo su hogar.

Ese día estuvo a punto de bajarse del auto, ese maldito día deseo cambiar la ruta y seguir con la rutina, pero de hacerlo se volvería tan dependiente a él que terminaría cayendo en la desgracia. Fue doloroso, insoportable y asfixiante, pero se probó que podía vivir sin él, que los errores no podían matarlo, y también entendió que por mucho que pudiera hacerlo no lo quería.

Siguió corriendo, ignorando la resequedad de su garganta y su respiración errática, simplemente nunca parecía ser suficiente velocidad. "¿Qué habría sido de él?" Le encantaría que aquella pregunta no rondará por su mente, pero otra de sus restricciones le impidió llamar y averiguarlo, porque de escuchar su voz jamás podría colgar, y aunque intento enviarle algún mensaje de texto, nunca obtuvo respuesta. Yun estaba luchando por su cuenta, lo entendió y dejó de insistir.

El sudor recorriendo su frente empezaba a molestarle y su andar se hacía más lento, pesado. Se obligó a sí mismo a detenerse para recuperarse, dando grandes bocanadas de aire mientras recargaba su cuerpo contra la corteza de un árbol. Cerró sus ojos, revolviendo sus cabellos entre largos suspiros, y no fue hasta que consiguió calmarse que reconoció donde estaba.

Era el camino que le llevaba al instituto, el lugar donde se había topado por primera vez con cierto asiático que no hizo más que poner su vida de cabeza. Su sonrisa, su forma de ser, siempre alegre y travieso, y su contagiosa risa aún inundaban sus sueños como si fueran suyos.

El viento hizo que las copas de los árboles bailarán sobre el, dejando que algunas hojas cayeran al suelo con lentitud, y tras disfrutar la sombra que le proporcionaba aquel longevo, se separó de la corteza para seguir avanzando. No tenía tiempo para descansos largos así que dio un par de zancadas, tal vez tres o cuatro, antes de darse cuenta de que lo mejor era detenerse y levantar sus ojos agotados del suelo.

—¿Almando? — Esa voz que bailaba entre lo dulce y lo grave, que no era ni rasposa ni desagradable, ahora estaba acariciando su alma con un afilado cuchillo debido al mínimo cambio.

—¿Yun?

El viento cobró fuerza, levantando las hojas en el suelo y desordenando sus cabellos mientras se veían como si no pudieran creerlo. No podía moverse, la fuerza que antes le hizo correr acababa de abandonarle y se sintió incapaz de decir lo que tantas veces había repasado en su cabeza. Se veía más alto, sus facciones más detalladas por el paso del tiempo y los tatuajes que ahora cubrían su piel, le dejaron en blanco. No esperaba un cambio tan drástico, aún le costaba asimilar que aquel era el niño que tuvo que ayudar a bajar de un árbol y que se la pasaba haciendo travesuras, pero el brillo en sus ojos aún estaba y su sonrisa seguía siendo la más brillante de todas. No había dudas, realmente era él.

Yun fue el primero en mover los pies, pero no quiso esperarlo. Los segundos ahora le parecían demasiado, así que se movió junto con él hasta tenerlo entre sus brazos. Le rodeó por encima de los hombros, enredando sus dedos en sus salvajes mechones rojizos, y le sintió aferrarse fuertemente a su camisa mientras hundía su rostro contra su pecho. Intentaban sin éxito apegarse mucho más de lo que ya lo estaban, querían fundirse para formar una sola pieza y que así nadie pudiera volver a separarlos, ni siquiera algo tan intangible como el tiempo, y al no lograrlo el llanto no se hizo esperar.

Y entre lágrimas notaron como sus corazones iban acelerados, pero a un mismo ritmo, escucharon como sus respiraciones eran entrecortadas por los sollozos, y sintieron la calidez quemando sus cuerpos. "Te extrañe tanto" murmuraban en un hilo de voz, repitiendo la misma frase una y otra vez con el corazón en la garganta.

—No volvere a irme aunque me lo pidas — juraba Armando mientras disfrutaba de un aroma nuevo al que podía acostumbrarse.

—Jama' volve' a pediltelo — respondía el contrario, siendo inundado por la sensación de seguridad que había dejado su cuerpo en cuanto creyo haberlo perdido—. Ante' muelto, Almando — agregó, restrégandose contra él aún más antes de buscar su mirar.

Sólo se separó un poco, nada más lo suficiente para alcanzar sus mejillas con las manos y brindarle suaves caricias con los pulgares. Quería besarlo y por la forma en que le miraba parecía estarlo esperando, aunque sería muy atrevido de su parte tan sólo asumirlo, así que con temor a equivocarse, comenzó a acercarse con cautela, tomando sus ojos cerrados como luz verde para finalmente calmar el incesante cosquilleo.

Fue dulce e inocente como en tantos sueños había imaginado, llenando con un amor nunca profesado, pero si demostrado, todos los huecos que existían en su interior. Poco a poco consiguieron frenar el tiempo, uniendo sus almas en una sola y volviéndose eternos.

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⏰ Última actualización: May 16, 2021 ⏰

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