i. 𝒩𝑜 𝒽𝒶𝓎 𝓁𝓊𝑔𝒶𝓇 𝒸𝑜𝓂𝑜 𝑒𝓁 𝒽𝑜𝑔𝒶𝓇.

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CAPITULO UNO
❝ no hay lugar como el hogar❞

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1901

UN DÍA SOLEADO como el de hoy, es el cumpleaños de Margot D'Angelo y regresa a casa. El tren de las doce se detuvo en la estación central de Avonlea, el cual partió del sur de Italia. La imágen cambia y enfoca a una de las ventanillas del ferrocarril, en ella vemos el reflejo de una mujer castaña cuyo cabello recogido estaba cubierto por un sombrero. Su piel es blanca y suave como una seda, ojos color avellana y lucía espléndidamente ansiosa. Conservaba una sonrisa de oreja a oreja desde que sus padres la llamaron para que pasara las vacaciones de invierno con ellos, habían pasado dos meses de que se recibió de la Universidad de Artes, y ya quería visitarlos.

Sus padres se mudaron allí desde que comenzó a estudiar en Italia, y hasta entonces no los ha visto. La mujer junto a ella era amiga de su tía y esta se ofreció a llevarla, su cabello estaba cubierto por canas, sus ojos eran tan azules como el océano, y su tez pálida. Esta la observaba con una mueca y el ceño fruncido. Margot solía ser una joven entusiasta y siempre se veía positiva, pero la mujer no entendía el hecho de que se viera de tal modo.

── Preparate, ya casi llegamos Margot. ─ habló la mujer llamando la atención de la mencionada, quien le dirigió una sonrisa de costado para luego dirigir su mirada nuevamente a la ventanilla.

[ suena "home" - edward sharpe ]

── Te veo muy ansiosa, más que nunca.─ alzó una ceja. La castaña chasqueó la lengua y no le prestó atención. La voz de uno de los que abordaban el tren llamaron su atención, llegaron.

Ambas bajaron del tren y se sentaron a esperar en una de las bancas, alguien de la familia iría a recogerlas luego de la hora de llegada.

── Ya quiero ver a Gilbert, la última vez que lo vi era un niño.─ comunicó sin esperar respuesta de la adulta a su lado. ─ Siempre está enviandome cartas, y dijo que tiene un pretendiente, ¿puedes creerlo? ─ la codeó con una sonrisa agraciada, provocandole una risa leve a la mujer.

Los minutos pasaron rapidamente y frente a la estación las esperaba un carruaje negro que lucía elegante. Ambas se subieron al mismo y el viaje hasta su hogar, se emprendió.

── ¿Cómo está, señorita D'Angelo? Supe que hoy es su cumpleaños ─ preguntó el conductor en dirección de la castaña, quien observaba el paisaje boquiabierta, y las copas de los árboles como si se trataran de tesoros.

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