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Anahí iba llorando en el coche. Se estaba empezando a hacer de noche y estaba agotada por fingir que todo estaba bien. Pero tenía que practicar para la boda, el gran día. Suspiró. Le ponía enferma cada vez que Andrew y Samantha se besaban, se acariciaban las manos o incluso si se reían por algo. Ella se tenía que casar con él, no Samantha. Ella lo había visto primero y ella se había enamorado primero. ¿Es que nadie iba a pensar en sus sentimientos? Pensaba que sería algo pasajero, que con el tiempo se darían cuenta que no se querían. Pero estaban a unas semanas de la boda y Anahí no sabía si lo soportaría sola. Y luego estaba el tema del novio ficticio. Si no llevaba a alguien a la boda iba a quedar como la mentirosa que era. Se limpió una lágrima y dobló la esquina. Había conducido durante dos horas para esa estúpida prueba de vestidos y ahora tenía que conducir otras dos de vuelta. Tenía que encontrar a un chico guapísimo y dispuesto a ir con ella a una boda. Le recompensaría de alguna manera.

De pronto vio a un hombre en mitad del bosque, haciendo señas con la mano. Disminuyó la marcha hasta frenar frente a él y bajó la ventanilla del copiloto mientras activaba el seguro de las puertas para que no pudiese abrirlas. Miró al hombre que tenía en frente. Era guapísimo, pero tenía alguna magulladura en su rostro. Él sonrió de lado.

— ¿Está usted bien?
— Salvo por el disparo que he recibido, si.
— ¡Oh Dios mío! —Anahí abrió mucho los ojos.
— No se preocupe, llevaba un chaleco antibalas —sonrió más ampliamente— pero necesitaría que alguien me llevase de vuelta a la ciudad.
— ¿Y su coche?
— No he venido en mi coche, me trajeron a la fuerza.
— Entiendo...
— ¿Serviría de algo si le dijese que mi nombre es Alfonso Herrera y trabajo para el FBI?

La cara de Anahí debía de ser un cuadro, porque Alfonso enarcó una ceja y decidió sacar su placa y su número de agente. Junto con su DNI para que pudiese comprobar quién era.

— Oh Dios mío —susurró ella.
— Eso ya lo ha dicho. ¿Me podría ayudar?

Alfonso estaba empezando a perder la paciencia. Llevaba ahí dos horas y no había pasado ni un solo coche. Y para uno que pasaba era ella. Resopló, sacándola de sus pensamientos. Anahí quitó el seguro de las puertas y lo volvió a mirar.

— Suba, por favor.

Alfonso abrió la puerta del copiloto y Anahí pudo sentir su olor varonil mezclado con tierra. Tenía un cuerpo fibroso y grande, era más moreno que ella y tenía unos ojos verdes profundos en los que, en ese escaso tiempo juntos, se había perdido varías veces. La volvió a mirar cuando cerró la puerta.

— Gracias, de verdad.
— No hay de qué —tembló un poco.

Arrancó el coche. Fueron en silencio los primeros cinco minutos, Alfonso se movió un poco. Sobresaltando a Anahí, la miró confundido.

— No me cree cuando le digo que trabajo para el FBI, ¿verdad?
— Bueno. No es un oficio muy común —intentó sonreír.

Estaba empezando a oscurecer y la luz roja del cielo le hizo pensar a Alfonso que esa mujer estaba muy sexy con esos tonos. Agitó la cabeza. Ni siquiera la conocía. Carraspeó y habló.

— ¿Cuál es su nombre?
— Anahí, Anahí Puente.
— Es un placer, Anahí. ¿Podría prestarme su teléfono? El mío está en las oficinas del FBI y necesito llamar a mi jefe.
— Oh, si. Supongo que si.

Alfonso marcó el número que sabía de memoria y después de tres tonos una voz fuerte y grave sonó al otro lado del teléfono.

— Hola señor, soy Alfonso.
— ¿Y este número? —Alfonso suspiró.
— El tío de uno de los matones de Matt Simmons me secuestró e intentó matarme. Por suerte salí con el chaleco antibalas y era un completo incompetente. Aunque ellos creen que estoy muerto.
— ¿Dónde estás ahora?
— En un coche, de camino a la ciudad.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora