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Cuando sonó el despertador lo apagó al segundo tono. Quería seguir durmiendo, pero tenía que levantarse. La rubia que estaba a su lado lo acarició, despierta y con ganas de fiesta, pero Alfonso no estaba por la labor.

— Te tienes que ir —su voz sonaba ronca y profunda, aún tumbado en la cama.
— ¿Qué?¿Ya? Pero si...
— Sin peros. Sabes lo que es Natalia, yo te llamo y si quieres vienes. No quiero una relación.
— ¿Significo algo para ti?

Alfonso la miró como si le estuviese hablando en chino, aunque sabía chino a la perfección.

— Claro —sonrió un poco— significas la chica con la que me acuesto cuando me apetece.

Sabía que estaba siendo duro, pero necesitaba que Natalia se olvidase de un futuro juntos. Nunca podría pasar, no estaba hecho para el amor. Pero de vez en cuando tenía la necesidad de desfogarse. Y Natalia parecía estar siempre dispuesta. Hasta ahora.

— No sé te ocurra volver a llamarme, Alfonso Herrera. Te juro que jamás me vas a volver a tener.
— Como quieras— Natalia se puso roja.
— ¡Adiós!¡Olvídame!

Escuchó el portazo segundos después cuando, suponía, se había terminado de vestir. Alfonso suspiró y se estiró en la cama, inhaló profundamente y arrugó el gesto. Olía a perfume barato. Ayer no le había importado tanto, necesitaba acostarse con alguien, pero hoy le daba vueltas al estómago. Se levantó y se metió en la ducha después de abrir las ventanas.

— Estaré allí en media hora —dijo apurando su café— si, el brazo ya está bien.

Habían pasado dos semanas desde el tiroteo y desde entonces no le habían dejado salir a otra misión. Era un rasguño de nada, pero su jefe había decidido dejarle en las oficinas ese tiempo.

— Pruébalo y me dices en unas semanas.
— ¿Unas semanas? No puedo estar en la oficina tanto tiempo, me moriré de aburrimiento. ¡Necesito acción!
— Alfonso, no siempre podrás ser un agente en activo.
— Lo sé, pero...
— No hay peros Alfonso. ¿Qué harías si no pudieses continuar en el FBI?

Alfonso se quedó en silencio, sabía hacer miles de cosas, pero no sabía lo que en realidad le gustaría. Se encogió de hombros y asintió.

— Está bien.

Llegó a las oficinas del FBI a las ocho de la mañana. Saludó con la cabeza a la gente que se iba encontrando y se sentó en su escritorio provisional. En realidad le estaba gustando estar ahí y su cabeza, alguna que otra vez, se imaginaba una vida tranquila, con una mujer estupenda como esposa, un perro enérgico y cariñoso y una casa enorme con piscina.

Pero eso no podía ser. No estaba hecho para el amor, su padre se lo había dejado claro a la tierna edad de diez años. Las mujeres solo le querrían por dos cosas, dinero y sexo. Suspiró y volvió a posar la vista en el ordenador.

Anahí sonrió a su hermanastra. Su boda era en unas semanas y era una de las damas de honor. Samantha le había dicho miles de veces esos últimos meses que la necesitaba a su lado el día más importante de su vida. Eso, o quería hacerla sufrir aún más de lo que lo había hecho. Todavía recordaba como si fuese ayer mismo el día que regresó a casa y se encontró a Samantha con Andrew, su novio, encima de ella. Todavía se sorprendía de lo tranquila y dura que parecía, mientras por dentro estaba rompiéndose en mil pedazos.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora