Capítulo 17

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   Yo detestaba los Domingos. Me levantaba sabiendo que mañana una nueva semana comenzaría, y a nadie le gustaba eso (creo yo) y me dormía con la suficiente seguridad de que una alarma estaría dispuesta a despertarme con mi canción favorita que ya estaba dejando de ser mi favorita, y tal vez no suene, porque Tacna la apagaria. Ella odiaba ser levantada por una alarma, no era mi culpa que las paredes parezcan de papel.
   Y amaba los Sábados. Dios, los amaba. Tal vez no tenía todo el día libre (como los Domingos), pero me despertaba y me echaba a dormir con tranquilidad.

   ——Hola, Puré.

  —Hola, ¿cómo estás?

  —Políticamente más o menos —respondió el chileno —. Y emocionalmente... Perfecto, dispuesto a seguir intentándolo.

   —¿Políticamente o emocionalmente?

  —Sabes que Bolivia puede ser una mierda. A veces me pregunto si las cosas habrían sido diferentes con Argentina.

   —Yo creo que estarías igual de jodido.

   Levanté mi dedo pulgar y sonreí.
   Me propinó un golpe en la cabeza. Y yo se lo devolví. Y como que estos últimos meses había estado siendo más delicado con sus movimientos, no me refiero a ser afeminado, sino que cuando me golpeaba de manera amistosa ya no hacía que el golpe resonara por toda la sala de reuniones.

   —Y yo creo que hubieras estado feliz con Usa. Ya  vez que le destrosaste el corazón.

  —Oh, ¡por favor! —se metió Bolivia —. Su "depresión" si es que así puede llamarse, sólo duró 15 días, y su obesidad 14 días. Te voy a regalar un día, y diremos que duró un mes, pero de ahí no pasa. Yo le dije que eso del amor a primera vista nunca duraba, que sólo fue simple atracción, y como siempre tuve razón...

   —A veces creo que no tienes corazón.

   —No es que no tenga corazón, es solo que tengo Lógica, Chile. ¿Me vas a decir que crees en Disney?

   —Pero claro que no. Pero no te cuesta nada creer un poco. Eres demasiado lógico, ¿pero donde quedó tu corazón y lado romántico? —preguntó, y le dio un pequeño golpe en su hombro con el suyo. Uno pequeño, pequeño, tanto que no se podía considerar un golpe. Era como un roce.

   —Ya, ya. Paren de hacer eso, por favor. Y Chile, creo que para la próxima Bolivia dejará de ser el que consuele al afectado... O mejor nunca.

   —En eso te doy la razón, Puré.

   Sonreí victoriosa. Me di la vuelta, y mi vista cesó en la puerta, donde Usa estaba entrando.
   Ya nada era incómodo. Lo era hace unas semanas cuando no quería hablarme, y no por hacerse el orgulloso (a pesar de que lo sea, y mucho). Según él, aún no estaba listo para verme a la cara, pero después de eso nos saludabamos. ¡E incluso salimos a pasear! A veces con Canadá, porque siempre estaba bien tener a alguien que llenara esos silencios cortantes.
   Y sí, yo aún era la única que lograba quitarle esos lentes de sol. Carajo, me gustaban sus ojos.

   —Hi, Honey.

   —Gringo, hola. Mejor ni te pregunto como estás, porque siempre estás bien. ¿A que sí?

   —¡Hey! Solo porque sea potencia no significa que no tenga problemas.

   —Tú lo dijiste, Gringo...

   Nos quedamos mirando. Aún no llegaba Argentina, así que se sentó a mi costado, por unos minutos aunque sea, por unos segundos.
   Le sonreí, y él también. Luego me pregunté si me había lavado los dientes.

   —Bien, dejando en claro eso... ¿Cómo estás?

   —Perfecto... Canadá se casará y quiere que sea el padrino. Y que tú seas la madrina. ¿Qué dices?

   Me sonrojé, pero no se notaba. En momentos como estos, amaba ser blanquirroja.

   —Me parece... Maravilloso. En serio —me tomé del pecho con una mano, juraría que mi corazón ya no daba para más —. Solo no intentes besarme de nuevo.

   —No te preocupes, ya todo está en el pasado. No... No tienes que echarme gas pimienta de nuevo.

   —Perdón.

   Canadá, Ucrania. Esposos. Casados. Pareja. Felicidad. Peleas efímeras. Son palabras que no creí que llegarían a ser analogías.
   Y dicho sea de paso: El gas pimienta siempre lo llevaba en mi cartera porque... Los choros abundan por aquí, pe.

   —¿Por qué no me lo dijiste antes?

   —No sé, ya te lo dije, es lo importante.

   —Recuerden que tengo un amigo que hace fiestas, compromisos, bautizos, baby showers, quinceañeras y bodas. Digo, si cambian de opinión y deciden volver a enamorarse y hacernos una escena en la calle como la anterior —intervino Argentina —. ¿Qué dicen?

   —Yo ya me voy. Bye, Perú.

   —Bai Usa. ¿Quieres salir después por unas helenas?

   —Cerveza, ¿no? —asentí entusiasmada, creo que debía de darle una nueva clase de jergas peruanas. Creo que ya sabía qué regalarle por su cumple —. Okey, pero una ligera.

   —Lo que usted diga.

   Sonrió, se levantó del asiento y se fue a su respectivo lugar. Ahí estaba Canadá, que lo saludó con su sonrisa de oreja a oreja. Esa que advertía que no estaría soltero por mucho tiempo.
   Su cumpleaños no estaba tan lejos. Pero creo que eso le gustaría, al fin y al cabo nadie le regalaría eso.

   —Ay, menos mal que sí logró superarte.

   —Qué raro, ¿no? Aún no me logro responder cómo carajos logró olvidar a un cuerazo como yo —hice una pose diva.

   —Cualquiera te olvida... Créeme.

   —No se puede olvidar algo que nunca pasó, ¿no?

   —Pero sí que te enamoraste de esa persona.

   —¿Y si algo pudo pasar entre ambos? —pregunté.

   —¿Y si no? —preguntó.

   —¿Y si sólo lo que necesitó fue que tuviera un poco más de valor, y decírselo?

   —Tal vez nunca quiso decirlo por temor a cambiar algo.

   —Como dije, jamás lo averiguará si es que no lo intenta...

   La miré a los ojos infinitamente azules, denme una cachetada si alguna vez digo que son azules como el cielo, porque no lo eran, eran un azul Lapislázuli, o algo así. No soy buena en los colores.
   Me sonrió, y sus labios de cereza se torcieron en una risa.

   —Pelotuda, creo que la ONU no va a venir.

   —¡Perfecto!

   Me gustaban los Sábados.
   Un regalo para Usa, uno para Argentina. Bolivia se lo daría a Chile, y Chile a Bolivia. Venezuela, Colombia y Ecuador se tenían entre sí, ellos ya sabrían qué darse.
   Un diccionario de peruanismo para Usa.
   Para Argentina... Aún no lo sabía.

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