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—¡Vamos, vamos, chicos! No se queden atrás —exclamó el señor Weasley al observar como Harry se mantenía en su lugar completamente anonadado.

Aquello, sin duda, había sido una de las experiencias más extrañas de su vida. La flor se zarandeaba por el viento, rozando su oreja que seguramente había enrojecido. Cedric, en cambio, parecía divertido ante la reacción de Harry, pues no esperaba causar ese tipo de respuesta en el joven.

—Vamos, Harry. Hay que apresurarse —le apuró Cedric.

Hermione parecía querer dejarse caer en el suelo solo para gritar, porque ni ella había previsto tal movimiento de Cedric. Ron le preguntó qué sucedía, pero solo se cubrió la boca con las dos manos y aceleró el paso a más no poder.

Harry no se deshizo de la flor, pero se calmó al pensar que Cedric estaba ocupado acelerando el paso para cumplir la orden del señor Weasley. Aquello, como era de esperarse, le llenó de complejas ilusiones sobre los sentimientos de Cedric, pero al mismo tiempo le causó inseguridades. Cedric bien podía tratarle de esa forma porque se estaban volviendo amigos, pues él realmente no conocía la forma en la que Cedric se comportaba con sus amistades. Así que, era todo un misterio.

Cuando llegaron a la cima, Harry observó una bota sucia y roída colocada con perfección en el centro. Reparó en cómo el padre de Cedric se acercaba con desesperación, mirando su reloj una y otra vez. Se reunieron en torno a la bota, por lo que no le quedó de otra que suponer que esa cosa asquerosa era el trasladador del que el señor Weasley había estado hablando.

—No tienen más que tocar el trasladador. Nada más —explicó el señor Weasley mirando a Harry y a Hermione. La segunda no se veía convencida de poner una mano sobre tal bota sucia.

Todos lo tocaron y las muecas de Harry y Hermione no pasaron desapercibidas por los gemelos, quienes se rieron en voz baja.

—Tres... —comenzó el señor Weasley. Harry se puso ansioso—, dos... uno...

La sensación que asaltó a Harry fue tan incómoda que deseó no trasladarse nunca más. Era parecido a un gancho tirando de él con una fuerza irresistible. Pareció que el tiempo se estuviera envolviendo a su alrededor y que todo estaba engulléndolos en un remolino de colores. El viento soplaba con fuerza en sus oídos y se sintió agradecido de que su dedo parecía estar pegado a la bota como si de magnetismo se tratara. Quiso reírse, porque aunque no podía distinguir la cara de los demás, estaba seguro de haber escuchado una exclamación de Hermione. Finalmente, la bota cayó al suelo como si hubiera sido atraída a él. Dejaron de girar y Harry cayó de bruces contra el suelo al igual que el resto.

O al menos eso creyó, porque cuando levantó la vista, observó malhumorado como Cedric, su padre y el señor Weasley se mantenían de pie como si nada hubiese pasado.

Ron ayudó a Hermione, quién parecía querer vomitar después de tal viaje.

Harry se puso de pie al instante, queriendo aparentar que no le había afectado para nada el viaje tan estrafalario. Sin embargo, la pequeña flor no había corrido con la misma suerte y ahora sus pétalos destrozados y arrugados daban a entender que había sufrido el peso de Harry.

—Oh, alguien no sobrevivió al viaje —bromeó Cedric señalando la flor, pero Harry estaba tan concentrado en despojarse de la sensación que le había dejado el trasladador, que no pudo responder.

Harry echó un vistazo en donde se encontraban. Habían llegado a lo que parecía un páramo cubierto de niebla. Dos magos, delante de ellos, se mezclaban con la niebla como si hubieran llevado mucho tiempo allí. Tal como pudo intuir Harry, los dos habían intentado vestirse como  muggles, aunque sus prendas dejaban mucho que desear. Los Weasley de igual forma, pero al menos lucían mejor.

Si no fuéramos estrellas • HedricDonde viven las historias. Descúbrelo ahora