03 | Un caso perdido

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Albus Potter

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Albus Potter

03. — Un caso perdido

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Piedras diminutas sobre el césped, el aroma del río y el maldito viento que para mí sonaba más fuerte que las palabras de Rose, que balbuceaba algo sobre Scorpius. No presté mucha atención. Llevaba toda la semana distraído como para fingir que ahora mismo quería cambiar de actitud.

No tenía intenciones de defender a Scorpius porque, al igual que todo Malfoy, podía ser un imbécil si se lo proponía —y había sido mucho de eso últimamente—, por lo que no veía punto en tratar de responder. Sin embargo, Rose tampoco estaba absuelta de haber cometido errores que hicieron más que solo dar el empujón para desatar el caos. En realidad, ninguno había hecho las cosas bien. La habían cagado por igual, y en ocasiones como esta prefería ahorrarme mis comentarios.

Creo que estaba diciendo algo sobre el día del funeral de Astoria, no lo sé.

Sin darse cuenta de que en realidad no la estaba escuchando, Rose comenzó a dirigirse a la biblioteca y yo la seguí. El castillo parecía un desierto, me causaba escalofríos.

Desde la noche en la que Marie Griffin murió, muchos de los alumnos no habían regresado a Hogwarts y fueron transferidos a otros colegios de magia. Los pasillos estaban vacíos la mitad del día, las bancas del Gran Comedor ya no se llenaban y quedaban muchos pupitres vacíos durante las clases. La reputación del castillo había caído en picada por cortesía de Ignatius Montgomery y el desprestigio que blasfemó contra Mcgonagall por su dudosa capacidad de dirigir la institución.

En lo personal, yo creo que Dumbledore lo hizo peor. ¿Quién castiga a sus alumnos por haber ido al bosque prohibido, haciéndolos ir al bosque prohibido?

—¿Planeas decir algo en algún momento? —murmuró con una ceja arqueada.

Cierto. Que no estaba solo.

Traté de unir las palabras sueltas que escuché para entender de qué hablábamos, y torcí la boca.

—Rose, te adoro con todo mi corazón —pronuncié sin muchas ganas—, pero no pienso opinar nada además de que los dos tienen la misma cantidad de culpa. Ambos están pasando por un momento... crítico —añadí al encontrar la palabra correcta—. No están para andarse restregando sus errores en la cara.

Saqué mi libro de la mochila y pretendí leer, aunque sabía que la conversación no había terminado. Mi prima era tan insistente como una radio descompuesta y el detalle de saber que Scorpius estaba en el castillo después de varias semanas sólo incrementaba su ansiedad.

Ella hizo una mueca, emitiendo un pequeño bufido al echar la cabeza para atrás. La miré por el rabillo del ojo y reí en voz baja.

—¿Aún dices que lo superaste? —pregunté con ironía.

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