02. | Malas costumbres

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02. — Malas costumbres

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Sé que Lilianne Potter siempre ha tenido problemas para dormir, es por eso que desde que era muy pequeña sus padres preparaban frascos con pociones para conciliar el sueño y las dejaban en el buró junto a su cama en caso de que el insomnio fuera insoportable. Según ella, era cosa de familia: sus hermanos tampoco tenían el sueño pesado, pero en definitiva ella se había llevado la peor parte.

Eso me explicó mientras me dejaba entrar a su habitación y me extendía uno de los pocos frascos de vidrio que aún estaban llenos de un ligero líquido violeta. El resto de la mesita de noche y varias de las superficies de su recámara estaban tapizadas de pequeños contenedores vacíos.

Estaba muy preocupada, se movía de aquí para allá jalando colchas y bajando cobertores del armario para improvisar una cama en el suelo. Sus ojos brillantes y llenos de decisión, infestados por la firme idea de ayudarme, lo único que me hacían pensar es que me veía peor de lo que me sentía y eso ya era un decir.

Traté de detenerla un par de veces, pero mi conciencia estaba en otro lugar. No podía enfocar las cosas, mi mente estaba apagada y mi cuerpo había hecho corto circuito. Solo quería que todo terminara, lo que sea que alcanzara a alejarme del silencio y callara de una vez mis pensamientos. Estaba harto del vacío al centro de mi pecho que me hacía sentir que estaba más jodido de lo que quería reconocer.

—Mis hermanos pasan a mi habitación como si cerebro no asimilara el significado de «privacidad», pero pondré el seguro —escuché que decía.

—No deberías tomarte tantas molestias —murmuré distante, sosteniendo entre mis manos un frasco vacío—. Te dije que no era necesario.

—¿Quieres ir a la mansión? —inquirió Lily sin dejar de moverse. Por el tono de su voz entendí que la pregunta iba en serio, pero mi respuesta estaba por demás.

La pelirroja sólo oprimió los labios y asintió.

—Entonces cállate y deja de preocuparte. Mañana en cuanto te sientas mejor podrás decidir qué hacer e irte si lo deseas, pero ahora mismo necesitas descansar. ¿Cuántas horas llevas sin dormir?

La pregunta me cohibía. Ni siquiera podía acordarme de la última vez que estuve en mi cama y mucho menos de alguna noche en la que hubiese dormido por lo menos siete horas seguidas. Los últimos meses no habían sido más que pesadillas, gritos, y la constante sensación de ser observado...

—Gracias —volví a musitar.

—Me deberás un pequeño favor y ya, Malfoy —me sonrió con burla, lanzándome la última frazada—. No es para tanto.

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