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Capitulo uno: "Decisión" 









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Como era sentenciada su rutina, absolutamente todos los hermanos se encontraban frente a sus respectivas sillas, esperando la indicación de Reginald que les permitiera comenzar a comer. Eran horas de la mañana, el sol les hacía compañía en aquel oscuro y tétrico lugar, colándose por medio de las ventanas y brindándole a todos los presentes esa necesaria paz interior.

Elegante, como acostumbraba a ser, Sir Reginald Hargreeves entro a la habitación, caminaba recto, seguro y acompañado por su fiel monóculo que parecía nunca querer despegarse de él. Los siete hermanos observaron al adulto de la habitación, la mayoría admirando su elegancia y porte.

—Sentados —. Demando mientras mantenía su vista fija en número Siete, quien le observaba curiosa y con una pizca de miedo. De inmediato, todos los presentes tomaron asiento en la respectiva silla frente a sí.

Parecía ser una mañana más, una entre el montón que no tenía ningún hecho para destacar. Uno y Tres se observaron sobre la mesa, diciendo más de una palabra con solo el contacto visual, las sonrisas entre ellos eran obvias, no se trataba más de un pequeño amor adolescente. Numero Dos tallaba las iniciales de su nombre en aquella pieza de madera. Número Cuatro desenvolvía un papel de dudosa procedencia. Número Seis leía con toda la tranquilidad del mundo un libro.

Lo más curioso de esa mañana, sin duda era Cinco, quien observaba todo con detenimiento, como si calculara todos los sucesos de la forma más desesperada posible. No era para menos, ese iba a ser el día.

El día en el que se iba a enfrentar a su padre.

Un cuchillo fue estrellado con fuerza sobre la madera, llamando la atención de las personas ubicadas en la habitación, incluyendo a la madre robot. Cinco, con frustración y misterio, observo a su padre, retándolo con la mirada.

—¿Numero Cinco? —. Interrogo el mayor de la habitación, teniendo una pequeña idea de a dónde estaban conduciéndose los hechos.

—Tengo una pregunta —. Respondió el joven, con un tono de voz tranquilo pero notablemente seguro.

—El conocimiento es una meta admirable, pero sabes que está prohibido hablar durante las comidas. Estas interrumpiendo a Herr Carlson —. Contesto el señor de monóculo mientras partía un pedazo de carne, sin perder la postura ni un segundo.

—Quiero viajar en el tiempo —. Anunció Cinco, confiado en sí mismo y dándole un golpe a la comida frente a él, en un vago intento por llamar la atención de su padre.

—No —. Respondió cortante el señor Reginald, esperando que la conversación terminara ahí

—Pero estoy listo. Practique los saltos espaciales, como me dijiste —. Alardeó el muchacho, colocándose de pie y luego desapareciendo y reapareciendo detras de su padre. —¿Ves? —.

Reginald, aun con la pequeña demostración, pareció poco interesado en lo que el muchacho comentaba o afirmaba.

—Un salto espacial es trivial comparado con las incógnitas del viaje en el tiempo. Uno es como deslizarse por el hielo. El otro, es como descender a ciegas a las profundidades del agua helada y reaparecer como una botella —. Corrigió el adulto, con clara molestia en su voz.

—Bien, no lo entiendo —. Acepto Cinco.

—Por eso mismo es que no estás listo —. Afirmo Reginald, dando por finalizada la charla. El ambiente se había puesto considerablemente serio ante la conversación.

Cinco observo a Siete, casi como exigiendo una respuesta por parte de ella. Sin dudar, Siete negó lentamente con su cabeza, percibiendo lo que pensaba hacer el joven, y negándose a que este hecho se lleve a cabo.

—No me da miedo —. Afirmo nuevamente determinado el muchacho mientras todos volvían a sus platos de comida.

—No es la cuestión, Los efectos que tendría en tu cuerpo y en tu mente son impredecibles. ¡Escucha!, ¡te prohíbo que vuelvas a hablar de esto! —. Frustrado, el hombre dirigió su mirada al niño, notablemente exaltado.

Fue la gota que derramo el vaso para la paciencia de Numero Cinco. Sin dar ni una palabra más, el joven se dirigió a la salida de la mansión, escuchando un par de gritos tras de sí. Pero eso no le importaba, no en ese mismo instante. Casi como si fuera acompañado con música de película de acción, Cinco salió de la academia, siendo adornado por una clara sonrisa estampada en sus mejillas.

Se concentró mientras caminaba, junto energía en sus manos, y lo hizo... Logro viajar en el tiempo.

No estaba muy seguro del cómo, pero no había duda alguna, absolutamente toda la atmosfera en la que estaba al salir de casa, había cambiado drásticamente, las personas igual. Todo era distinto, y eso lo único que logro fue despertar la arrogancia en Número Cinco.

—¿Qué no estoy listo?, mi trasero —. Otro salto temporal fue llevado a cabo, tal y como en el caso anterior, el contexto cambio por completo, dando paso a una tormenta de nieve y a un montón de personas abrigadas hasta las orejas.

El último salto temporal se dio, el destino finalmente se iba a burlar de Cinco. Lo hizo, se burló de la forma más cruel que encontró.

Cinco estaba asustado, miro de lado a lado, no logrando comprender lo que sus ojos le mostraban. Estaba en un escenario catastrófico, había fuego y escombros por todas partes, el intenso olor a humo le sorprendió y el viento que arrastraba consigo un montón de tierra, le abrazo, abatiéndolo. Con desesperación, se levantó del suelo y comenzó a correr, exaltado, preocupado y claramente desesperado. Corrió lo más rápido que sus piernas le permitían, intentando ignorar a las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos, quizá producto de la frustración, o quizá por el aire contaminado que le impedía pensar al cien por ciento. Corrió a donde se ubicaba la academia.

Sin creerlo, miro de nuevo lado a lado, teniendo la sensación de no poder tragar. —¡VANYA! — Fue lo primero que salió de su boca como una palabra real, teniendo la pequeña esperanza de que su hermana y compañera se asomara por un lugar y le dirigiera alguna de sus tímidas sonrisas. —¡BEN! —. Llamo al segundo hermano con el que más se llevaba, sintiendo sus piernas temblar por la desesperación. —¡PADRE! —. Hecho un manojo de nervios, pidió auxilio a la única persona que podía sacarlo de ahí, esperando que el señor del monóculo se apiadara de su suerte y le ayudara. —¡¿HAY ALGUIEN?! —. El silencio reino el lugar. No, nadie había contestado al llamado del joven.

Cinco intento volver con desesperación, uso todas sus fuerzas, pero parecía ser insuficiente. Había fallado, esta vez en grande.

—Mierda —. Pronuncio al notar que sus poderes no le servirían de mucho ante esta circunstancia. Miro de lado a lado, con los ojos llenos de lágrimas y desesperación. Era un niño de 13 años con complejo de superioridad atrapado en el fin del mundo. Se dejó caer al suelo, observando frente a él la academia hecha trizas y los kilómetros de escombros alrededor de esta.

Estaba perdido.

Aún con la desesperación rodeándole, pensaba en una sola cosa

Debía sobrevivir.

R A T T R A P É  ||  Number Five.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora