27. Cómplices

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Miro hacia la derecha y veo mi reflejo en el espejo. Noto las estrías en mis piernas, mi abdomen que tiene de plano lo que la tierra, las marcas que dejó el acné en mi espalda y aquellos vellos incipientes en mis axilas que sale a los pocos días de haberse depilado (y que odio con todo mi ser). Luego le miro a él. Su cuerpo escultural, algunas marcas del acné en su espalda, pero nada comparadas con las mías, la cicatriz en su pierna que le quedó por un accidente en moto (nótese la obsesión que tenía por él) y vello corto en su pecho. Puede que no sea perfecto, pero para mí, si lo es. Las inseguridades me atacan. No me considero fea, pero junto a él, no me hace sentido su deseo por mí.

Me entrega una bata de seda y, ruborizada, me quito la toalla con la que me he envuelto para colocármela. Theo ríe cuando me volteo para que no me mire.

—Si sabes que ya te he visto desnuda ¿no? —pregunta burlón. Ruedo los ojos aunque no me pueda ver.

—Soy pudorosa —me excuso tontamente. Suelta otra carcajada. De pronto, siento sus manos rodear mi cintura por la espalda. Cierro los ojos y se me eriza la piel al sentir su aliento chocar contra mi cuello descubierto. Su nariz roza mi oreja y me estremezco.

—Confía en mí —susurra con voz ronca, encendiendo la llama del deseo en mí—, te ves mucho mejor sin nada.

Dejándome sin aliento, se separa y camina hasta la puerta. Sale del baño, dejándome las piernas temblorosas y sintiéndome incapaz de caminar. Estúpido y sexy indeseable.

Tardo unos segundos en recuperarme y salgo del baño tras él. Observo su gigantesca cama y salgo hacia la sala. Theo está en la cocina, lleva solo una toalla alrededor de sus caderas. Miro hacia el sillón. Me acerco y comienzo a recoger nuestra ropa. Él saca mi lado más salvaje, y me gusta.

Cojo lo que quedan de mis bragas y resoplo. Suerte que no eran de mis favoritas, de lo contrario, me hubiese enojado bastante, aunque probablemente no lo hubiese detenido. No, definitivamente no lo hubiese detenido.

Dejo la ropa en el sillón y, con mis bragas rotas en la mano, me acerco a él. Bate un huevo en una taza, no se inmuta ante mi llegada. Carraspeo, en intento por llamar su atención. Recién ahí levanta la cabeza y me sonríe arrebatadamente, haciendo que mi corazón se acelere.

Concéntrate Amy me digo a mi misma. Coloco mi expresión más seria y estiro la mano mostrándole mis bragas. Se ríe.

—¿Tenías que romperlo? —pregunto. Vuelve su atención a lo que está haciendo.

—Sí —afirma, sin inmutarse. Resoplo frustrada, este hombre es demasiado exasperante.

—¿Y ahora como voy a ir a casa? —pregunto molesta.

Deja la taza y se acerca a la cocinilla. Enciende uno de los fogones y se agacha para sacar una sartén. La coloca en la cocinilla y le pone un poco de aceite. Apoya sus manos en el mesón y estira la espalda. Me mira con aquellas sonrisas que quitan el aliento y hacen mis piernas tiritar.

—¿Por qué no te quedas? —pregunta. Abro los ojos sorprendida.

—¿Que-quedarme? —tartamudeo. Theo se endereza y camina hasta mí. Su cercanía me descoloca y debo recordarme como era que se respiraba.

—Sí —replica—, quédate.

Trago grueso. Se inclina, aprisionándome contra el mesón, y cuando su boca está a centímetros de la mía, se aparta, dejándome el corazón al borde de un ataque cardiaco.

Toma la taza y deja caer el contenido sobre la sartén. Aquello me ayuda a espabilar. Sacudo la cabeza y lo vuelvo a mirar.

—Mañana tenemos que ir a trabajar. —Es una excusa poco convincente, tomando en cuenta el temblor de mi voz. Theo deja la taza a un lado y vuelve a acercarse a mí.

The ScriptDonde viven las historias. Descúbrelo ahora