4. Consecuencias del tequila

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Estúpido teléfono. Siempre despertándome con aquel impertinente pitido. Aunque yo tengo parte de la culpa, debí haberlo apagado. Pero estaba borracha, así que ya no es mi culpa, sino del teléfono.

Estiro mi brazo y busco a tientas, con los ojos cerrados, la mesita de noche en donde dejo usualmente el teléfono. Nada. Frunzo el ceño. Vuelve a sonar, creo que viene del suelo. Estiro el brazo y mis dedos tocan el frío piso de madera. Mi mano alcanza una prenda de ropa, la lanzo. Mis dedos encuentran un aparato con forma rectangular. Entreabro los ojos y miro. La pantalla de mi teléfono indica que son las doce de la tarde.

Me siento de golpe, mareándome. Cierro los ojos mientras el dolor de cabeza me hace sentir como si esta fuese a explotar. Tengo la boca seca. Necesito agua con urgencia.

El teléfono vuelve a sonar por tercera vez. Abro los ojos, veo todo borroso y mis ojos duelen, como si estuviesen secos. Claro, la muy estúpida no me quite las lentillas cuando fui a dormir. Dejo el teléfono sobre mis piernas descubiertas y me estiro para alcanzar el cajón de la mesita de noche. Saco la pequeña cajita y me quito las lentillas. Los ojos me arden como los mil demonios.

Guardo la cajita y saco mis gotas. Me echo dos gotitas en cada ojo, lo que me alivia un poco. Cojo mis gafas y guardo las gotas. Mucho mejor. Abro los ojos y parpadeo repetidamente, adecuándome a la luz, y miro el teléfono.

El alma se me va al suelo cuando veo quien los ha enviado: el indeseable número uno. Santa mierda. Abro los mensajes, con los dedos tiritando. Mis manos sudan tanto que debo usar el código para desbloquear el teléfono, ya que no me toma la huella.

«¿¿¿???».

Ese es el primer mensaje. Bien, no esta tan mal. Leo los otros dos.

«¿A qué viene eso, duendecita?»

«Parece que estuvo divertida la fiesta anoche»

Ay no. Deslizo hacia arriba. Por favor que no le haya enviado un mensaje repito en mi cabeza. Pero sé que no tiene sentido desearlo. Por supuesto que le envié un mensaje. En realidad varios.

«¿Dónde estás?»

«Eres un idiota, pero uno muy guapo»

«Deberías estar aquí»

«Ven a beber tequila conmigo»

¿Por qué soy tan estúpida, Dios? ¿Por qué? Dejo el teléfono a mi lado y resoplo. Bien, ya hice el ridículo, no hay remedio. Eventualmente iba a suceder.

Mi estómago gruñe. Tengo hambre, pero siento que primero debo beber tres litros de agua fría. Me tapo la cara con las manos, maldita resaca.

Un ronquido a mi lado me despabila. No estoy sola en mi habitación. Lentamente levanto la cabeza y miro el suelo. La ropa que hay desperdigada no pertenece solo a mí. Observo mi vestimenta, solo llevo una camiseta blanca. Giro la cabeza para encontrarme con un chico de cabello oscuro y piel bronceada durmiendo plácidamente en mi cama. Ni siquiera recuerdo como se llama, aunque si recuerdo lo que hicimos anoche, y eso me hace sonrojar.

Me levanto con cuidado, procurando no hacer ruido. De mi cómoda saco ropa interior limpia y una jardinera vieja que usaba para estar todo el día en casa. Camino en silencio y me escondo en mi baño, cerrando la puerta con pestillo. Suspiro. Me observo en el espejo, mi cabello está enmarañado, mi brazo izquierdo tiene un moretón algo grande en la parte de atrás. Aparte de eso, estoy relativamente bien, aunque mis ojeras dirían que me faltan varias horas de sueño. Me recojo el cabello en un moño alto, será un problema para la Amy del futuro. Hago mis necesidades, me lavo las manos, la cara y me coloco la ropa.

The ScriptDonde viven las historias. Descúbrelo ahora